Pasó la celebración del Corpus Christi, pero el Cuerpo de Jesús se queda. Se queda para siempre. Se queda con nosotros, porque así lo quiso Él. Él quiso entregarse pleno, y humano, materia pura, carne que se nos da para siempre. Y se nos da para alcanzar la vida eterna (“quien coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre”, Jn 6, 52-59). Y se nos da en cada Eucaristía. Porque es el Sacramento que contiene a Dios, verdaderamente cuerpo y sangre, aunque en apariencia sea pan y vino.
En
La palabra Eucaristía significa “acción de gracias”. Pues Jesús dio las gracias al Padre, cuando la instituyó. Y nosotros damos las gracias a Él por entregarse a la humanidad. En cuerpo y alma. Ese es el Dios en que creemos los cristianos. Nunca debemos olvidarlo, el Dios del perdón infinito, el que se entrega sin condiciones, el del perdón inagotable, el de las manos abiertas, el que integra y nunca excluye, el del amor eterno.
Todas esas cualidades, que
diferencian nuestro Dios –único y verdadero- del resto, se encuentran en esa en
entrega del Señor en el Sacramento de
Carlos Castro Arroyo
Mayordomo Segundo
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