jueves, 11 de junio de 2020

Formación


Corpus Christi: Dios se dio por entero al hombre
El Jueves Santo celebramos, los católicos, el día del amor fraterno. Esa noche, Jesús rodeado de sus doce apóstoles, cenó por última vez antes de su Pasión, Muerte y Resurrección. Se despidió de ellos hasta que los volviese a ver, ya como resucitado. Pero, en aquella postrera celebración fraternal sucedería algo que nunca antes había ocurrido: Pan y vino se transformaron en el cuerpo y sangre de Jesucristo, Hijo del Padre, hijo único y directo del Creador. Desde entonces queda constituida la Eucaristía y, por ello, la Iglesia dedica también en su calendario un día especial al Corpus Christi, el Cuerpo de Jesús, para celebrar la institución de dicho Sacramento. Esa fiesta, tradicionalmente, tenía lugar el jueves posterior al Domingo de la Santísima Trinidad, y se trasladó, a finales del siglo XX, al siguiente domingo. Pero, en algunas poblaciones, como es el caso de Sevilla, seguimos celebrándolo el jueves previo.

¿Qué ocurrió y cómo vivieron los protagonistas aquella última cena? Muy probablemente, los apóstoles no entendieron lo que acababa de ocurrir. Pero, su fe era tan fuerte, que no dudaban de las palabras del Maestro. No en vano, le habían conocido. No en vano, todos darían la vida por Él. Por aquel hombre al que conocieron, y siguieron desde el primer momento, del que se fiaban. Dios y hombre verdadero. No dudaron, pues, en seguirle hasta las últimas consecuencias.
Veinte siglos después, los católicos vamos a misa, con la seguridad de que va a ocurrir ese misterio, ese milagro… El pan y el vino se convierten en Jesús— su cuerpo y sangre-, es el misterio más completo y absoluto de la fe cristiana. Dios se da por entero, dócil, paciente, indefenso y se entrega a nosotros, para ser materia como el ser humano. Al igual que se encarnó, para compartir con el hombre sus debilidades y sus miserias.
Ocurre, pues, un milagro que se repite continuamente, porque su palabra perdura y nunca pasa. Pan y vino naturales en la persona humana de Jesús, es decir en ese hombre con una total y completa identidad humana, común con la nuestra “excepto porque no pecó” (Hbr 4, 15). 
Nosotros, la Iglesia de Cristo, tenemos fe en sus palabras, aunque nunca logremos entender del todo éstas. Pero, como Juan Pablo II dejara dicho para la posteridad: “Quien recibe con fe el Cuerpo de Cristo se une íntimamente a Él, y en Él, a Dios Padre, en el amor del Espíritu Santo”. 
Carlos Castro Arroyo
Mayordomo Segundo




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