Corpus Christi: Dios se dio por entero al hombre
El Jueves Santo celebramos, los católicos, el
día del amor fraterno. Esa noche, Jesús rodeado de sus doce apóstoles, cenó por
última vez antes de su Pasión, Muerte y Resurrección. Se despidió de ellos hasta
que los volviese a ver, ya como resucitado. Pero, en aquella postrera
celebración fraternal sucedería algo que nunca antes había ocurrido: Pan y vino
se transformaron en el cuerpo y sangre de Jesucristo, Hijo del Padre, hijo
único y directo del Creador. Desde entonces queda constituida la Eucaristía y, por ello,
la Iglesia
dedica también en su calendario un día especial al Corpus Christi, el Cuerpo de
Jesús, para celebrar la institución de dicho Sacramento. Esa fiesta,
tradicionalmente, tenía lugar el jueves posterior al Domingo de la Santísima Trinidad ,
y se trasladó, a finales del siglo XX, al siguiente domingo. Pero, en algunas
poblaciones, como es el caso de Sevilla, seguimos celebrándolo el jueves
previo.
¿Qué ocurrió y cómo vivieron los protagonistas
aquella última cena? Muy probablemente, los apóstoles no entendieron lo que
acababa de ocurrir. Pero, su fe era tan fuerte, que no dudaban de las palabras
del Maestro. No en vano, le habían conocido. No en vano, todos darían la vida
por Él. Por aquel hombre al que conocieron, y siguieron desde el primer
momento, del que se fiaban. Dios y hombre verdadero. No dudaron, pues, en
seguirle hasta las últimas consecuencias.
Veinte siglos después, los católicos vamos a
misa, con la seguridad de que va a ocurrir ese misterio, ese milagro… El pan y
el vino se convierten en Jesús— su cuerpo y sangre-, es el misterio más
completo y absoluto de la fe cristiana. Dios se da por entero, dócil, paciente,
indefenso y se entrega a nosotros, para ser materia como el ser humano. Al
igual que se encarnó, para compartir con el hombre sus debilidades y sus
miserias.
Ocurre, pues, un milagro que se repite
continuamente, porque su palabra perdura y nunca pasa. Pan y vino naturales en
la persona humana de Jesús, es decir en ese hombre con una total y completa
identidad humana, común con la nuestra “excepto porque no pecó” (Hbr 4, 15).
Nosotros, la Iglesia de Cristo, tenemos
fe en sus palabras, aunque nunca logremos entender del todo éstas. Pero, como
Juan Pablo II dejara dicho para la posteridad: “Quien recibe con fe el
Cuerpo de Cristo se une íntimamente a Él, y en Él, a Dios Padre, en el amor del
Espíritu Santo”.
Carlos Castro Arroyo
Mayordomo Segundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario