“Bajo el cielo
fiel, junio corría
arrastrando en sus aguas dulces fechas”
Octavio Paz
Es este sol brillante que no quiere ocultarse. Ese azul sin,
apenas, alba. Estas tardes desnudas. Esos días largos que crecen hasta el
solsticio...
Esos
días de Corpus, no en vano junio quiere
alargar sus días para imitar la inmensidad de Dios. La entrega infinita y la fragilidad absoluta.
Sonarán las campanas por San Pedro, y antes la noche de San Juan, dos días
después de la madrugada más corta. Pero antes aún, celebramos que Jesús,
nuestro Dios, se nos da en cuerpo y sangre, por entero, como alimento de
vida eterna; porque “el que come su carne y bebe su sangre será resucitado
el último día…” (Juan 6, 56-71).
Este año tampoco pisamos romero por las calles antiguas,
acompañando la custodia que contiene el amor más puro; sin embargo, es
inevitable que, además de adorar al Santísimo, el corazón azul y plata lleve
sus ojos al recuerdo melancólico y orgulloso de nuestra Chiquitita en su paso
procesional.
Faltan pocos minutos para las ocho de la tarde del diecinueve
de mayo de 2019. El paso de la
Virgen se encuentra parado a escasa distancia de la ojiva. El
fiscal de paso y el mayordomo se acercan a nuestro capataz Pedro Ariza, y le
hablan al oído, y éste seguidamente toca el llamador del paso y dedica la
levantá a la memoria de la madre de un hermano que se fue a su lado, tan solo
diez días antes. Los ojos de algunos se nublan de lágrimas y el sonido de las
campanitas del baldaquino llegan hasta los álamos del mismo cielo…
Sale la
Virgen, suena Hiniesta Coronada, repica enajenado el
campanario de San Julián y se pasea perfumando su barrio de alegría, hasta
llegar a la casa de la que es su Dueña, en loor de multitudes, por una calle Sierpes abarrotada, que le
llevará a la rampa de siempre… Para que la Giralda suene, mientras se canta la Salve.
A media mañana del día siguiente, van apareciendo caras
acontecidas de hermanos que han acompañado al Santísimo desde muy temprano en
la procesión de la catedral, por la capilla del Tanatorio de la SE30. Ya no llevan el cordón
azul y blanco al cuello y vuelven a vidriarse la vista al abrazar a los
familiares de uno de los hermanos más antiguos y más queridos, por su bondad.
Ya está, también, a su lado.
La Patrona ha de regresar por la tarde, aunque el Hermano Mayor no
lleva la vara dorada. No se encuentra en el cortejo; y cada minuto de aquella
procesión de vuelta va su madre en la mente de todos los presentes… A quien él
está acompañando…
Pero, María Santísima, Hiniesta Gloriosa Coronada llega a su
plaza, y la juventud la espera, para regalarle, una vez más, una petalada… Una
petalada en la que va el corazón de todos los presentes: niños, adolescentes,
jóvenes, adultos... Llora de emoción aquella que lo hizo posible (como tantas
cosas imposibles…), y quien convirtió en tradición que en San Julián llovieran
flores los jueves de Corpus al filo de la madrugada.
Nuestra Madre ya está en la puerta. Son las doce de la noche
del veinte de junio de 2019. Se dispone a la última chicotá. Desde entonces, no
ha vuelto a estar la Virgen
en la calle, y ansiamos la belleza en nuestra memoria. Allí están las mismas
caras que despedían y rezaban en la mañana, y también lloran… Rebosa el vaso de
las emociones, cuando, esta vez Rafael, toca el llamador y dedica la última
levantá.
Así de
sencillas son las cosas nuestras. Así traspasan las esquirlas del alma. Son
esas vivencias, esos recuerdos, esos momentos,
esas nostalgias los lazos que nos unen para siempre, las que hacen de iris el sendero de nuestra
historia, las que hacen invencible esta devoción de siglos. La respuesta a la
pregunta, que parece no tenerla, porque nunca acaba, no tiene fin, porque el
amor a la Hiniesta
es eterno.
Es junio, otra vez, en San Julián…
(A la memoria de José De Alba Castaño, Emilia Pérez Fagundo y
Concepción Arroyo Ortiz)
Carlos Castro
Secretario Segundo