“Escuché un ave cantar en
el oscuro diciembre, una cosa mágica, algo dulce para recordar. Estamos más
cerca de la primavera.”
Oliver Herford
Si diciembre fuera un color, admitiría toda la paleta, toda la
gama cromática… El azul profundo de las noches de invierno largas que envuelven
al solsticio, el blanco brillante de la Luz del mundo que va a nacer, el rojo
carmesí de las flores de Pascua, el amarillo dorado de la estrella del árbol,
el morado penitencial de los atributos de la liturgia, el color madera y
chocolate del corcho del portal, de las nueces, del serrín en el zaguán, el
verde trébol de la nave de la esperanza, el rosa inmaduro del domingo de
Gaudete, y como no, el celeste puro del color del cielo sin mácula…
Todo parecerá más prendido de magia,
y no sabemos si es porque se acaba un ciclo, porque empieza otro… o quizá, más
bien, porque se aproxima el hecho más importante de la historia de la humanidad,
la venida de Dios hecho hombre para habitar entre nosotros. Por ello, el pájaro
que canta nos parecerá prodigio, nos sonará a música, y entre la melancolía de
los detalles se irá gestando una nueva primavera.
Como una canción bien aprendida desde pequeños, esos días de
cristal que terminan el calendario evocan en nosotros el comienzo de la cuenta
atrás, porque sabemos que el doblar la esquina del nuevo año, nos llevará a la
gloria… Porque presentimos la primavera.
Y pisamos ya, San Julián, deseando volver a ver a nuestra Virgen
vestida impecablemente de celeste. Y se adornará el altar del mismo tono para
celebrar otro ocho de diciembre, la Inmaculada Concepción de María presidirá en
el presbiterio, y marcará el sentido de los días que se avecinan: María que va
a parir a Dios en Belén, María que fue la única persona de la existencia universal
que fue parida sin pecado original, sin mancha. María, mediadora, protectora,
abogada y madre nuestra.
En esa mañana de recuerdos celebraremos las bodas de oro, de los
hermanos que cumplen cincuenta años, y este año –por las circunstancias
especiales que atravesamos- los hermanos de boda de plata irán pasando delante
de Ella durante los sábados que quedan hasta final de año. Días de gozo, días para
felicitar, días de enhorabuena. En la iglesia estarán presente las familias de
la Hiniesta, la Hiniesta de las familias, y desde el cielo vendrá a acompañarnos, aunque
no lo veamos, y aunque parezca invisible, aquél que llevó de niño a presentar a su hijo
a la Virgen, aquél que apuntó a su hija en la nómina de la hermandad en el kilómetro
cero de su existir. Sí, estará, no faltará a la cita. Se sentirá orgulloso… Cerraremos
los ojos… Y lo veremos feliz, lo veremos bienaventurado con la mirada inocente
de la nostalgia. No puede ser, no podrá ser de otra manera…. Porque así son las
cosas del alma.
Este año añoraremos el rato de la Zambomba solidario, esos
primeros compases de Navidad, a mitad del adviento, los abrazos, la convivencia
y la confraternidad, que intentaremos y lograremos transmitir en la distancia.
Pero lo que nunca cesará, porque el motor está lleno de combustible, es la
fuerza de nuestra Caridad. Desde ese día celeste comenzará a crecer nuestro
árbol solidario, el más bonito de todos, la recogida de alimentos para los que
lo necesitan, el corazón cofrade latiendo fuerte…
Será la hora de visitar belenes, y de acercarse a rendir homenaje
a aquellas imágenes a las que besábamos las manos en diciembre. Sonará en lo
hondo una mezcla popular de villancicos flamencos con sones cobalto de Bach o
Haendel, porque nada impedirá el concierto eterno del oído de nuestro interior.
Y llegará el día de la Esperanza, la expectación de María que
suspira por cinco esquinas de nuestra ciudad eterna, para saber que el momento
se acerca. Recordaremos la exaltación de la Navidad que nos pregonaba un miembro
de nuestro grupo Joven, el día que coronaban a los Reyes Magos. Este año
hubieran sido veinte ediciones, y las reviviremos por las redes sociales que
nos llevarán nuestra Hermandad a casa –una vez más-. Y tres días después,
echaremos de menos cruzarnos por alguna esquina de un centro abarratodo de
luces y alhucema con la Virgen del Rocío, por los aledaños del Salvador, y las
noches de viernes en nuestra casa de Hermandad abrigándonos del frío con
tertulias de vivencias interminables.
Y al amanecer siguiente, víspera de nochebuena, será el día de la
Victoria, que bonito nombre para la inmediación de la llegada del Señor al
mundo. La Victoria que hemos de tener en nuestra esencia, la pureza de los
corazones limpios, el amor que mueve el mundo…
Nos acercaremos a la misa del gallo en las naves frías de nuestra
Parroquia, y junto a la Virgen del Rosario, no besaremos al niño, pero lo
adoraremos, que es un verbo más certero, porque repetiremos el gesto de los
magos y los pastores al Dios vivo, hecho carne, porque creemos en Él,
Ha nacido el Cristo de la Buena
Muerte. La Virgen de la Hiniesta Gloriosa, tiene a su niño en brazos. Es
Navidad.
Es Navidad en el mundo. Es Navidad
en Sevilla, es Navidad en una iglesia cerca de la Puerta de Córdoba.
Qué no falte la Paz. Qué no falte la
Caridad en el mundo. Qué no falte la Caridad Azul y Plata, qué ninguna idea sea
más importante, ni más valiosa en nuestra vida que asistir y ayudar al hermano
que lo precisa… Qué no miremos a otro lado, cuando nos pidan auxilio… Qué
seamos ese cartero real –que extrañamos- portador de buenas noticias al
angustiado, al que está sólo, al que no tiene a quien acudir…Porque sólo así
llegará la primavera a nuestro espíritu.
Y cuando llegue el treinta y uno de
diciembre, a las doce de la noche, cerraremos los ojos con la conciencia
tranquila. Lloraremos. Daremos abrazos invisibles e imposibles. Y pensaremos
que nuestro año no acaba ni empieza en ese instante. Porque para nosotros, eso sólo ocurrirá cuando cerca de las tres de
la tarde suene un golpe de llamador en el interior de un templo y entre sus
naves suenen los compases de Hiniesta de Peralto.
Carlos
Castro
Secretario
Segundo