La humildad y la sencillez como virtudes cristianas
“El altivo será humillado,
pero el humilde será enaltecido.”
La humildad y la sencillez son dos virtudes cristianas frecuentemente
olvidadas, pero de amplia raigambre teológica y de fundamento evangélico. La
humildad es una virtud por la que el hombre aprende a controlar su ego, el amor
desmesurado a sí mismo, la admiración de la propia excelencia, y brota de la
templanza y se enfoca en la comprensión de su propia pequeñez en relación al
resto de la humanidad, y en relación a Dios. La
sencillez es la virtud que nos hace accesibles al prójimo y semejantes a Dios.
Es muy
frecuente que el ser humano cuando adquiere más prestigio social, riqueza,
conocimientos o poder se crea superior al resto, y en especial a los semejantes,
que le rodean y con los que se relaciona. A veces, incluso despreciando o
humillando a los demás. Esta conducta tan usual, en la propia iglesia, y tan
lejana al evangelio, no sólo nos aleja de nuestros hermanos, sino que nos aleja
de Dios, y nos sitúa en gran dificultad para relacionarnos con él.
El orgullo y
la vanidad suponen un gran obstáculo para alcanzar la plenitud y la profundidad
en nuestra relación con Jesús. Ya lo indica el apóstol Santiago (4-6): “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a
los humildes.” Sin embargo, el cultivo de la sencillez
y la humildad nos adentra en el amor verdadero. En la consideración de nuestra
miseria, y el aprecio de nuestra semejanza con el creador. En la de
acercamiento a Jesús, a través no sólo de la lectura de
El alma
necesita de la sencillez y la humildad, y se llena de belleza con estos
atributos. Porque no hay más espiritualidad que el amor y la entrega. No cabe
una entrega verdadera situándonos de forma altiva ante el prójimo.
El propio
Jesús dio muestra de ambas virtudes durante toda su vida, en incontables
pasajes. Pero su propia encarnación es
muestra de ello. Él eligió nacer en un establo, en una familia humilde, vivir
pobre toda su vida y reunirse con los pecadores y compartir las miserias, el
dolor y las humillaciones humanas. Y, sin embargo, no cabe pensar en una figura
más alta y sublime en la historia de la humanidad. Dios y hombre verdadero…
Un
cristiano, pues, sólo puede pagar esa deuda de amor divino amando a Él y a sus
hermanos desde la sencillez y la humildad.
Que mejor forma de concluir, en este punto, que recordando las palabras de Santa Teresa de Jesús: “La humildad es la raíz permanente de toda vida espiritual, como la raíz del árbol que no deja de profundizar a medida que éste crece.”
Carlos
Castro Arroyo
Mayordomo Segundo