“Qué
triste sería noviembre si no conociera la primavera”Edwin
Way Teale
Qué sería del dolor si no hubiera esperanza. Que sería de
nosotros, en estos tiempos difíciles, si no tuviéramos su consuelo… Cuando la Virgen se viste de negro
para recordar a nuestros hermanos difuntos, cuando los días se hacen más
cortos, cuando caen las hojas de los árboles en las aceras, es el hilo de la
esperanza el que nos mantiene vivos. Sabemos que la Virgen volverá a vestirse
de azul, de azul celeste… y la vida no acaba después de la muerte.
Cuando llega el otoño a su centro, los cofrades ya tenemos nuestra
particular cuenta atrás escrita a fuego en
nuestra mente, cincelada por la memoria y anticipo de la gloria; que
para nosotros se identifica con la Pasión de Jesús, porque
creemos en su Resurrección del tercer día.
Los hermanos de la
Hiniesta vamos descontando
domingos, soñando con el domingo azul y plata, punto final, punto de inicio
de un nuevo año de nuestras vidas. Porque todo ello, lo hacemos caminando con
el ánima hacia la primavera, porque disfrutamos del aroma de castañas asadas al
pasear por el centro, soñando con el aroma de azahar cuando llegue, a poco que
doble la esquina el calendario, porque encendemos una vela por los ausentes,
pensando en el cirio que portaremos el Domingo de Ramos, porque llevamos flores
al cementerio, imaginando las flores que exornarán el paso de palio la noche parlada
del sábado de pasión, porque cantamos la salve a la Piedad, percibiendo en
nuestro interior la cadencia de los sones de Salve Hiniesta en la –ya-
madrugada del Lunes Santo… Y todo tiene sentido.
Existe un paralelismo evidente de lo existencial y lo sensitivo, con
lo espiritual y lo trascendente… Adornamos el tiempo frío, distante y oscuro
con ritos y señales de belleza que heredamos del arte y la tradición de los
siglos, y con la confianza de otro tiempo distinto, más cálido, con más
proximidad, con más luz. Exactamente igual que despedimos a los nuestros y les
recordamos con todo el amor que sale de nuestros corazones, y con la certeza de
otra vida diferente, sin dolor, sin tristeza, sin injusticias, sin vacíos, sin
ausencias, sin olvidos…
En este momento de negrura y miedos que nos ha tocado vivir, en estos
días de noviembre, visitamos a nuestra Virgen vestida impecablemente de luto, y
en su mirada, encontramos a los que se
fueron, cerramos los ojos… Y los sentimos cerca, al lado de nosotros, y al lado
de Ella, porque sabemos que los va a cuidar, que los está cuidando. A los que nos quisieron, a los que nunca nos
fallaron… Y, a mitad de mes, rendiremos culto en misa de réquiem a la Piedad de Nuestra Señora,
donde residen los restos de quien dio vida a nuestras imágenes más queridas, y
con ellos recordaremos a todos nuestros hermanos difuntos, y en especial a los
que partieron este año a la Casa
del Padre.
Pero, finalmente, y en la última semana, entraremos en el
Adviento. La liturgia se vestirá de morado, y la Virgen de la Hiniesta se vestirá de
celeste, porque celeste es el color del cielo limpio, sin nubes, índigo sin
manchas. Sin mácula, sin pecado concebida, sin pecado original. Y vuelve la luz
más clara e indeleble a su camarín.
Y miramos a nuestra Chiquitita, y parecerán florecer los claveles
blancos que dejaron a sus pies en septiembre…
Y toda esa transformación, y todo esa vicisitud vivificadora, toda
esa singladura que nos lleva de la orilla de la ausencia a la orilla de la
espera será fruto de la fe. Todo hallará sentido en este mes, en el que
gravitarán nuestras vidas por el sendero de los días que van del negro al
celeste…
Carlos Castro
Secretario Segundo