La Hermandad en los años 20 del siglo pasado
En los años 20, la cofradía de la Hiniesta se había convertido en una de las más populares de la Semana Santa. Al hecho de ser entonces la primera en poner la cruz de guía en la calle se sumaba la difícil salida de los pasos por la ojiva de San Julián, lo que hacía que las multitudes se agolparan a las puertas de la parroquia desde las primeras horas de la tarde del Domingo de Ramos. El ambiente festivo y la emoción del momento fueron recordados años más tarde por Manuel Sánchez del Arco: “Uno de los momentos más interesantes de las procesiones era la salida de la Virgen de la Hiniesta. Su palio pasaba raspando la vieja ojiva de la portada. La maniobra era dificilísima. Callaba la multitud. En el silencio expectante del pueblo que llenaba la Plaza de San Julián, se oía el jadear de los costaleros, y sólo una voz: la de mando. El silencio se rompía por estruendosas aclamaciones cuando los candelabros de cola habían traspuesto la portada, rayado su fino cristal por los baquetones de piedra. Batían las palmas, y la banda militar entonaba la Marcha Real. De la espadaña de San Cayetano, frontera al templo, volaban unas palomas, asustadas por el estruendo de los aplausos y los gritos”.
A la par, se había extendido la fama de la Virgen, estimada como obra de Juan Martínez Montañés y considerada como una de las Dolorosas más bellas de la Semana Santa sevillana. Eugenio Noel la describió en 1916: “La Virgen sigue a su Hijo clavado en la Cruz, y esta Virgen es una obra maestra de Montañés. Ha producido tantas el divino autor de la Concepción, de la Catedral, que se necesitaría un examen detenidísimo de la imagen para decir si es mejor o pero que las demás. En una de las paradas del paso pretendemos sacrílegamente juzgar su belleza. Es más expresiva que bella, y desde luego, una mujer. El triángulo de su riquísimo manto de raso azul y bordados de plata, la enorme y deslumbradora corona, no quitan arrogancia a la figura; pero tampoco aciertan a darla majestad. Esa cara se basta a sí misma para sorprender con su humano gesto de resignación a destinos que acepta y no comprende. Las altas velas blancas y rosadas, los candelabros, los ángeles con guardabrisas, los adornos de plata, los florero, la imaginería del palio, la sugestión de las luces bajo aquellos doseles de lechos imperiales del siglo XV, los óvalos con las armas, reales, las cartelas con cruces, palmas y ostensorios, arrancan al pecho un grito de admiración. ¡Oh, el reflejo de las lucecillas en la cara de esta Virgen de Montañés!”
El 13 de mayo de 1925 se aprobaron nuevas reglas que no hicieron más que copiar las anteriores de 1789, de forma que se seguía señalando la madrugada del Viernes Santo como día de salida y que la túnica de los nazarenos sería negra de cola. Sin embargo, la idiosincrasia de la cofradía estaba ya definida y no había vuelta atrás. El carácter festivo de barrio, la alegría del Domingo de Ramos y el colorido del raso azul eran ya señas de identidad irrenunciables en los años 20.
Francisco S. Ros González
Teniente Hermano Mayor
Profesor Departamento Historia del Arte
Universidad de Sevilla
Pie de foto: Estampa típica de los años previos a la Segunda República, la cofradía envuelta por la multitud en un ambiente festivo.
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