La reorganización de 1879
La Semana Santa de Sevilla atravesó un largo periodo de decadencia durante el siglo XVIII debido a la crisis económica y demográfica de la ciudad y a las políticas ilustradas de los gobiernos borbónicos. Esta situación se prolongó durante el ochocientos a causa de la invasión francesa y los procesos desamortizadores. No obstante, desde mediados del siglo XIX, la situación varió de forma radical. El desarrollo del capitalismo y la industrialización junto con el pensamiento romántico crearon un nuevo marco socio-económico que hizo de la Semana Santa la gran fiesta de la ciudad, entendida ya no sólo como acto exclusivamente religioso sino también como celebración cívica y con atractivo turístico. En ello jugaron un papel fundamental los duques de Montpensier. Durante su estancia sevillana, a partir de 1848, participaron activamente en la vida de la ciudad y sus hermandades, convirtiéndose en mecenas de muchas de ellas. La subida al trono de Alfonso XII, en 1874, marcó el inicio de la Restauración y la estabilidad política que disfrutó el país en las siguientes seis décadas, lo que influyó de manera decisiva en el definitivo auge y esplendor con el que las cofradías llegaron al siglo XX.
En este marco histórico se sitúa la recuperación de la Hermandad de la Hiniesta. Tras varias décadas de inactividad, “algunas personas piadosas”, según Bermejo, o “varios jóvenes”, según Pérez Porto, la reorganizaron con nuevas reglas que fueron aprobadas el 14 de julio de 1879. Estos estatutos constaban de once capítulos y en ellos se titulaba la corporación como Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Hiniesta en sus Misterios Dolorosos. Por primera vez se especificó la advocación del Crucificado, que es la que se ha mantenido hasta la actualidad. Bermejo se lamentaría de que en esta reorganización se hubiese prescindido de la Virgen de la Hiniesta Gloriosa, “á la cual se debió tomar por fundamento y objeto de esta restauración, con el agregado de Cofradía, pues Hermandad de este género, separada y distinta de aquella, jamás ha existido”.
Las reglas fijaron la estación de penitencia, que se recuperaba tras más de dos siglos, en la madrugada del Viernes Santo. Sobre el hábito de los nazarenos se indicaba: “Investidos los cofrades con túnicas negras con cola de tres metros de largo, cinturón de esparto o baqueta, llevarán capirote largo y sandalias y medias de igual color negro. Los cirios serán azules y en la Señora, blancos”. El escudo que se adoptó fue una cruz con una calavera al pie; al lado derecho, el corazón de María atravesado por una espada; y, al izquierdo, el báculo y la mitra de San Julián. En 1883, tras la fusión con la Hermandad Sacramental, se añadió un viril en el centro.
Francisco S. Ros González
Teniente Hermano Mayor
Profesor Departamento Historia del Arte
Universidad de Sevilla
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