La Buena Muerte de Jesús
No acuses, no ofendas, no dañes, no hieras, no insultes, no difames, no injuries, no desprecies… porque si Jesús murió por ti, fue justamente para ello, para hacer un mundo mejor.
Por ello, su muerte es buena. En griego se hablaba de εὐθανασία, y de ahí procede la palabra eutanasia, hoy tan de moda… Aunque hoy se use para referirse a la muerte sin dolor, a la muerte “digna”, a los cuidados paliativos e incluso a una especie de “suicidio asistido”.
La buena muerte en sí, y por excelencia es la muerte de Jesús, la muerte de nuestro salvador. Como corolario de su propia vida. Su buena vida no guarda ningún parangón con lo que hoy entendemos, de forma vulgar, por esa expresión. La bondad de su vida no reside en los lujos, o placeres que hoy parecen el único horizonte de una sociedad esencialmente hedonista. Sino en la entrega. La entrega hizo buena, hizo grande la vida del nazareno. Él, que siendo todopoderoso como su padre, eligió nacer en un pesebre, vivir pobre, sufrir las miserias, humillaciones y dolores del ser humano e hizo de su entrega a los demás el leitmotiv de su existencia. Él nos entrega amor, nos entrega conocimientos, nos entrega esperanza, y nos entrega su cuerpo, su sangre, su alma y su propia vida.
Por ello, su muerte, su propia muerte, no puede dejar de ser buena. La Buena Muerte de Jesús, vista así, es el resultado de su propia vida. Pero, además, lo es porque es una muerte de cruz. Una muerte por y para la humanidad,. La culminación de un sacrificio, de una pasión por la salvación. La Buena Muerte está en el centro de su legado, en el corazón de su mensaje, y debería hacernos reflexionar, no sólo en contribuir al mundo en la mera omisión de causar dolor a los demás -como indica la cabecera del artículo-, sino que nos lleva más allá… nos lleva a la entrega.
Cuántos cristianos llevan ese mensaje hoy a lo largo del planeta, y cuántos lo olvidan... Decía Santa Ángela de la Cruz, de sí misma, que hizo “la resolución de servir a mis hermanos en la condición de criada, mirando en ellos sólo lo que tienen de Dios y también para predicarles con mi ejemplo”. Y cuántos testimonian, testigos de la salvación, hoy con su propia entrega el evangelio, la buena nueva de Cristo en el mundo.
La vida puede ser maravillosa y lo es, en la medida en la que la compartimos; cada cual, debe saber que se nos regala. Podemos vivirla en oscuridad o en luz, en paz o en guerra, en nuestro ego o en la entrega a los demás. Sólo de nosotros depende. Una vida dichosa y una muerte buena.
Y el momento es ahora, como dijo el poeta “hoy es siempre todavía”1, para que podamos decir al final: las palabras de Jesús, las palabras del maestro: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber” (Mateo 25:31-46).
1- Antonio Machado
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