Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica del Santo Padre Francisco sobre la llamada a
la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)
Tu misión en Cristo
Para un cristiano no
es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un
camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación»
(1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y
encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.
Esa misión tiene su
sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es
vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte
y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar
constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia
existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su
vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones
de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san
Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y
actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio», «toda la
vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de
Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo
que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros».
El designio del Padre
es Cristo, y nosotros en él. En último término, es Cristo amando en nosotros,
porque «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida». Por lo tanto, «la
santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado
como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la
suya». Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza
de Jesucristo y regala a su pueblo.
Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir
a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí
también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es
plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo
que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de
santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando
uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona.
Esto es un fuerte llamado de atención para todos nosotros. Tú
también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo
escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da.
Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu
existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso
ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal
que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy.
Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de
Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate
renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no
se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos
momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a
su acción sobrenatural que purifica e ilumina.
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