Cuarto domingo de Adviento.
“Bendita tú entre las mujeres”
San Lucas 1, 39-45
En aquellos días, se levantó María y se
fue con prontitud a la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías
y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María,
saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y
exclamando a voz en grito dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, el niño saltó de alegría
en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se
cumpliría!» .
Reflexión: Dichosa
tú que has creído
Hoy es el último domingo de este tiempo
de preparación para la llegada —el Adviento— de Dios a Belén. Por ser en todo
igual a nosotros, quiso ser concebido —como cualquier hombre— en el seno de una
mujer, la Virgen María, pero por obra y gracia del Espíritu Santo, ya que era
Dios. Pronto, en el día de Navidad, celebraremos con gran alegría su
nacimiento.
El Evangelio de hoy nos presenta a dos
personajes, María y su prima Isabel, las cuales nos indican la actitud que ha
de haber en nuestro espíritu para contemplar este acontecimiento. Tiene que ser
una actitud de fe, y de fe dinámica.
Isabel, con sincera humildad, «quedó
llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘(...) ¿de dónde a
mí que la madre de mi Señor venga a mí?’» (Lc 1,41-43). Nadie se lo había contado;
sólo la fe, el Espíritu Santo, le había hecho ver que su prima era madre de su
Señor, de Dios.
Conociendo ahora la actitud de fe total
por parte de María, cuando el Ángel le anunció que Dios la había escogido para
ser su madre terrenal, Isabel no se recató en proclamar la alegría que da la
fe. Lo pone de relieve diciendo: «¡Feliz la que ha creído!» (Lc 1,45).
Es, pues, con actitud de fe que hemos de
vivir la Navidad. Pero, a imitación de María e Isabel, con fe dinámica. En
consecuencia, como Isabel, si es necesario, no nos hemos de contener al
expresar el agradecimiento y el gozo de tener la fe. Y, como María, además la
hemos de manifestar con obras. «Se levantó María y se fue con prontitud a la
región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a
Isabel» (Lc 1,39-40) para felicitarla y ayudarla, quedándose unos tres meses
con ella (cf. Lc 1,56).
San Ambrosio nos recomienda que, en
estas fiestas, «tengamos todos el alma de María para glorificar al Señor». Es
seguro que no nos faltarán ocasiones para compartir alegrías y ayudar a los
necesitados.
Mons. Ramón Malla y Call, obispo emérito de Lérida, en http://evangeli.net/evangelio/dia/2015-12-20
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