LA FE DE MARÍA Y LA MISERICORDIA DE DIOS.
La historia del hombre
sobre la tierra es la historia de la misericordia de Dios. Desde la eternidad,
antes de la creación del mundo nos eligió para que fuéramos santos y sin mancha
en su presencia por el amor (Ef 1.4) y "el primer momento de la sumisión
a la única medicación entre Dios y los hombres -la de Jesucristo- es la
aceptación de la maternidad por parte de María de Nazaret"
(Redemptoris Mater., 3.9).
La primera venida se
realizó gracias a Ella, y por Ella todas las generaciones la llaman
Bienaventurada. Hoy que preparamos como cada año una nueva venida, los ojos de
la Iglesia se vuelven a ella para aprender con estremecimiento y
humildad agradecida, como se espera y como se prepara del Emmanuel,
del Dios entre nosotros. Más aún para aprender también como se da al mundo
el Salvador. Dios envió a su hijo "para que todo el que crea en él no
perezca sino que tenga vida eterna" (Jn 3.16) y la Palabra que estaba
con Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn1, 1.14). Así el
Espíritu Santo, que ya había infundido la plenitud de Gracia en María de
Nazaret, plasmó en su seno Virginal la naturaleza humana de Cristo.
La Virgen Santísima,
tuvo una fe ejemplar y según el Evangelista S. Lucas la Virgen María, se mueve
exclusivamente en el ámbito de la fe, porque el saludo "Ave, llena de
gracia, el Señor está contigo (Lc 1,18), requiere fe, pues el -Ángel le
presentaba una identidad a la que ella no estaba consciente. La fe de María es
modelo para la Iglesia, pues igual que María, la iglesia tiene su propio
itinerario y es la fe la que quiere a la Iglesia por todos los instantes
de su vida. La fe de María fue la más perfecta, las verdades sublimes le fueron
presentadas y ella la acepto con prontitud y con constancia. Ella fue llamada a
tener una fe difícil, pues es verdad que Dios hizo en ella "cosas
grandes" (Lc 1, 49). L Virgen María creyó y, San Irineo dijo que la Virgen
María "creyendo y obedeciendo se hizo causa de salvación para si misma y
para todo el género humano" por eso el nudo de la desobediencia de Eva,
fue desatado por la obediencia de María (Lumen Gentium 56).
La fe y la Esperanza de
María la prepara para oír al anunciarle que por su unión a la misión redentora
de Cristo, ella participaría de sus persecuciones, hasta el punto de que
"una espada traspasaría su alma" )Lc 2, 35). Y junto a María, San
José al que S. Mateo (1, 16) llamó el Hijo de Jacob, está siempre cerca de
Jesús y María y, quien con sus virtudes donde "brillan en él la paciencia,
la prudencia, la felicidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la
sencillez y la fe, la confianza en Dios y la más perfecta caridad
que guardó con amor y la entrega total al depósito que se le confiara con una
fidelidad propia al valor del tesoro que se le deposita en sus manos y, a quien
el Papa Pío IX, en el Concilio Vaticano I declaró y constituyó como Patrono
Universal de la Iglesia.
Así, los designios de
Dios, llevan a María y José hasta Belén, para que sea allí donde nazca el
Hijo de Dios, porque Belén significa "casa del pan" y es
Jesús quien después dirá "Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo"
(Jn 6.51), nace en el camino y como el profeta dice " toda carne es heno
(Is 40,6) al hacerse hombre convirtió nuestro heno en grano, por eso al nacer
es reclinado en el pesebre para alimentar con el trigo de su carne a todos los
fieles.
Contempla ahora a Jesús,
reclinado en un pesebre (Lc 2,12) en un lugar que es sitio adecuado para
las bestias, ¿Dónde está, Señor tu realeza, la diadema, la espada, el cetro?. Le
pertenecen, y no los quiere; reina envuelto en pañales. Es un Rey inerme, que
se nos muestra indefenso, es un niño pequeño. ¿Cómo no recordar aquellas
palabras del Apóstol, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo (Flp 2,
7?)"Nuestro Señor se encarnó, para manifestarnos la voluntad del Padre. Y
he aquí que, ya en la cuna, nos instruye. Jesucristo nos busca -con una
vocación, que es vocación a la santidad- para consumar con Él, la Redención.
Considerad su primera enseñanza; hemos de corredimir no persiguiendo el triunfo
sobre nuestros prójimos, sino sobre nosotros mismos. Como Cristo, necesitamos
anonadarnos, sentirnos servidores de los demás, para llevarlos a Dios.
Ahora, a los pies de
Jesús Niño, ante un Rey sin señales exteriores de realeza, podremos decirle:
Señor quita la soberbia de mi vida, quebranta mi amor propio, este querer
afirmarme yo e imponerme a los demás.
Ahora sí podré iniciar
ese camino de la misericordia, ahora que conozco ese camino para buscar a
quienes te necesitan y ser un nuevo pescador sembrando la Palabra de Dios.
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