Pentecostés;
cincuenta días después (es su significado etimológico). Palabra que proviene
del griego. Para el pueblo hebreo era la fiesta de las siete semanas (Ex 34,
22), cuando la siembra daba su fruto. Por ello, los doce apóstoles se reunieron
junto a la madre del Maestro para celebrar la festividad, unidos y junto a ella
y, seguro, con miedo. Con mucho miedo. No es difícil imaginar la sensación de
soledad y abatimiento que tendrían, tras el regreso del Señor a la casa del
Padre. Pero, Él ya había prometido cincuenta días antes, en la última cena, que
les enviaría el Espïritu Santo para acompañarles, para dar fuerzas a sus discípulos
siempre. Siempre. Pero, es probable, ellos lo habían olvidado.
Así,
se materializa la Alianza
del Nuevo Testamento, cincuenta días después de la resurrección: “Estando todos reunidos en un mismo lugar,
de repente vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso
que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas
lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos;
quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. (Hch 2, 1-4)
Desde
entonces la Iglesia ,
tiene la guía del Espíritu Santo. Que nos guía entre la niebla y que alumbra el
corazón de cada bautizado, con el primero de los sacramentos. Jesús quiso una
iglesia humana, con sus errores. Pero, también divinizada, con la fuerza el
Paráclito. Él nos regala sus dones. Los dones del Espíritu Santo son siete:
Sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios.
Así se los hizo llegar a los doce en su primera aparición, a la Iglesia , cuando sus
llamaradas les llenaron de conocimiento y valor para comenzar la
evangelización.
Eso
es lo que celebraremos el próximo domingo: Qué el Señor cumple su palabra, no
nos abandona y nos acompaña.
Pidámosle
a la tercera persona de la Santísima Trinidad , que nos llene de ese poder y,
al tiempo, de la fe inquebrantable de ellos que no dudaron en dar la vida por
ese Mesías que conocieron, camino, luz y vida.
Pentecostés
es fiesta, pues, para toda la Iglesia. Así lo manifestó
Benedicto XVI: “La
Iglesia es por su naturaleza una y múltiple, destinada a
vivir en todas las naciones, en todos los pueblos, y en los más diversos
contextos sociales. Responde a su vocación, de ser signo e instrumento de
unidad de todo el género humano, sólo si es autónoma de todo Estado y de toda
cultura particular”.
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