Los últimos serán los
primeros
Fue el 19 de abril de 2005. La
fumata blanca voló a los cielos de Roma, y el nuevo ocupante del sitio de
Pedro, se asomó al balcón. Benedicto XVI, se presentó a la multitud como obrero
de la viña del Señor. Fue inevitable que nuestro cerebro y nuestro corazón
también volara a un recuerdo de nuestras catequesis de niños. Aquella parábola
de Jesús, en la que cuenta la historia del propietario de la viña que, en
distintas horas del día, llama a sus labriegos a trabajar. Y a la puesta de
sol, entrega a todos ellos el mismo salario: un denario. Esto provocó la
protesta de los más madrugadores. Pero, el denario representa la vida eterna,
que el todopoderoso nos reserva a todos. Incluso llega a decir Jesús “los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos…” (Mt 19, 23-30).
La primera lección a aprender es
que trabajar para el Señor, ya es un premio en sí mismo, colaborar en su obra,
ya debe ser para el cristiano una recompensa.
La segunda es que la salvación es
igual para todos, y por tanto, es indiferente cuando nos incorporemos al Reino
de los Cielos. Lo importante es transformarse, seguir a Jesús. ¿Cómo? Amando al
prójimo. Siempre por la vía del amor. Los obreros contratados después
representan a los creyentes que se convirtieron después. Todos merecen la misma
recompensa, dado que ambos han asumido para sí el mensaje de Cristo y la
salvación eterna.
Carlos Castro Arroyo
Mayordomo 2
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