jueves, 3 de septiembre de 2020

Formación

Nueve meses después del ocho de diciembre

En pocos días, la Iglesia celebrará la Natividad de la Virgen María, su nacimiento. Será el ocho de septiembre, nueve meses después de que celebremos su Inmaculada Concepción. Lógicamente, la fecha no es casual, y ambas festividades guardan relación directa, separándose por el periodo de tiempo que tradicionalmente se ha atribuido al embarazo de la mujer.

Conviene recordarlo, porque esta costumbre tan arraigada e institucionalizada en nuestro calendario litúrgico, pasa muy comúnmente inadvertida a gran parte de los fieles.

 En primer lugar, porque la propia celebración de la Purísima ya crea muchos errores y malas interpretaciones en buena parte de los cristianos, incluso practicantes. Es usual y muy extendida la idea de relacionar este dogma con la gestación de Jesús, hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, en el vientre de la Virgen. Sin embargo, lo que los católicos celebramos ese día es la concepción de María sin pecado original, sin el pecado heredado del primer hombre y de la primera mujer, Adán y Eva. Es decir, Ella fue concebida por sus padres Joaquín y Ana, de forma natural, pero el Señor, Dios Padre Todopoderoso le concede el privilegio de ser el único ser completamente humano que ha poblado y poblará la Tierra sin esa mancha transmitida de generación en generación. No en vano, mácula (del latín) significa mancha, y por consiguiente Inmaculada,  es “sin mancha". Cierto que la Virgen, mantendría esa virtud durante toda la vida y murió sin pecado de ninguna naturaleza, ni original ni personales; pero lo que celebremos ese entrañable día de Adviento es su propia concepción sin pecado original. Era preciso, qué el Mesías se gestara en las entrañas más puras y limpias que jamás hayan podido existir. La proclamación dé este dogma de fé tiene lugar en 1854 por el Papa Pio IX.

 Y en segundo lugar, porque en ocasiones se nos olvida la secuencia lógica, la relación que guarda esta fecha que ahora vamos a recordar, del nacimiento de María, con la el día feliz de su concepción, nueve meses antes.

Nos disponemos, pues a conmemorar el nacimiento de la persona más admirable que ha existido, después de Jesucristo nuestro Salvador. María de Nazaret nace en una familia humilde, hija de San Joaquín y Santa Ana, y se convierte en la esclava del Señor: “ Hágase en mi, según tu palabra” (Lucas 1.26) y en el Primer Sagrario, pues albergará dentro de sí el cuerpo de Jesús, Dios y hombre verdadero, y en nuestra Madre, pues así lo proclama el Señor desde la cruz:  “Mujer he ahí a tu hijo, hijo he ahí a tu madre" (Juan 19. 26-27). Ella, pues no le abandonará nunca. Le seguiré hasta el mismo pie de la cruz y lo tomará en su regazo ya  muerto, cuando lo descendieron del madero. Por eso, Ella tampoco morirá, sino que será asunta al cielo. Y será “felicitada por todas las generaciones” (Lucas 1.48).

Celebremos, pues, su Natividad y tomemos a María, siempre  como espejo de la gracia y como recipiente inagotable  de virtudes, para seguir su ejemplo y tratar de parecernos a Ella, siguiendo a Jesús por encima de todas las cosas y en cada momento de nuestras vidas.





 

 

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