La leyenda
El origen de la imagen de la Virgen de la Hiniesta se
encuentra, como en tantos otros casos de devociones medievales, inmerso en la
leyenda. Cuenta ésta que, un día de finales del siglo XIV, mosén Per de Tous se
encontraba cazando en los montes catalanes cuando su azor quedó paralizado ante
las retamas en las que se habían refugiado las perdices que perseguía. Extrañado
por el comportamiento del animal, se apeó de su caballo, miró dentro del
matorral y descubrió una imagen de la Virgen con el Niño en brazos con una
inscripción a sus pies que, en la versión latina de Ortiz de Zúñiga, decía:
“Sum Hispalis de sacello ad portam quæ ducit ad Corduvam” (“Soy de Sevilla, de
una capilla junto a la puerta que encamina a Córdoba”). Del texto se deducía
que la imagen era una de aquéllas que en tiempos de la invasión musulmana
habían sido escondidas para evitar su profanación y que milagrosamente se había
conservado intacta a través de los siglos a pesar de encontrarse a la
intemperie.
Per de Tous condujo la imagen a Sevilla y la depositó en la
iglesia parroquial de San Julián, por ser el templo en aquel entonces más
próximo a la puerta abierta en las murallas de la ciudad que conducía a
Córdoba. El hecho de haberse encontrado la imagen de la Virgen oculta en unas
retamas o hiniestas motivó que se titulase Santa María de la Hiniesta.
El comienzo de la devoción
Aunque no existe documento contemporáneo que lo confirme, la
fecha de 1380 es aceptada generalmente como la de la introducción del culto de
la Virgen de la Hiniesta en Sevilla. De lo que sí hay constancia es que la
Virgen estaba en la capilla de la cabecera de la nave del evangelio de la
parroquia de San Julián, al menos, en 1407. Se trataba de una capilla propiedad
de Per de Tous en la que éste mandó abrir en el suelo una bóveda para que
sirviera como lugar de enterramiento familiar, además de construir un retablo,
decorar los muros con yeserías mudéjares, levantar un artesonado de madera de
alerce y cerrar el recinto con una reja construida, según la tradición, con los
grilletes y cadenas ofrendados en señal de agradecimiento por los cristianos
liberados del cautiverio de los moros y que colgaban de las ramas de dos olmos
situados en la plaza de San Julián.
A lo largo del siglo XV, la devoción a la Virgen de la
Hiniesta y su fama de milagrosa se fueron extendiendo, como delatan la creación
de su Hermandad y la fundación de diversas capellanías, dotaciones y memorias
para el fomento de su culto.
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