Tiempo de luz. La luz del Resucitado
Desde la noche de la vigilia pascual los cristianos entramos en el tiempo de Pascua. Son cincuenta días en los que celebramos el corazón de nuestro credo y de nuestra fe. La resurrección del Redentor. Recordamos, en primer lugar, el tiempo que Jesús permaneció con sus discípulos antes de ascender a la Casa del Padre, y lo prolongamos hasta el día en que celebramos la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, ya sin Él y reunidos con María Santísima, para darles la fuerza, la sabiduría, el valor y la fe para evangelizar al mundo.
Tanta importancia tiene para la Iglesia que fue la primera fiesta que celebraron las primeras comunidades cristianas, dado que la celebración de la Navidad no se incluiría en nuestro calendario hasta el siglo IV.
El primer domingo de Pascua es, pues, el Domingo de Resurrección. A partir de ahí celebramos cinco domingos más (ahora, nos encontramos, pues, a mitad del ciclo) y el jueves posterior al domingo sexto se ha llamado, durante siglos, Jueves de la Ascensión. Hoy su celebración, al no ser día festivo, se ha pasado al séptimo domingo de Pascua. Y siete días más tarde la Iglesia recuerda la llegada del Espíritu Santo, con la solemnidad de Pentecostés (Etimológicamente, quincuagésimo día después de la Pascua).
El signo más importante de este periodo es la presencia del cirio pascual. Signo de la luz de Cristo Resucitado. Otra señal importante es el color blanco de los ornamentos, que alude también a la luz que preside este tiempo.
En nuestro interior, el tiempo de Pascua debe hacer renacer la esperanza que el Señor nos regala, con el sacrificio de su pasión y muerte, con su redención, con el perdón de su misericordia infinita, y con su victoria sobre la muerte. Es tiempo, pues de conversión, de alegría, de renovación del compromiso bautismal y de renacimiento de la Caridad de Dios, por muchas dificultades que podamos estar atravesando. En este sentido conviene recordar las palabras del Papa Francisco en la vigilia pascual del pasado año:
“En medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras comienzan a gritar y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener…«No está aquí, ha resucitado». Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza”.
Qué brille la luz del Resucitado entre nosotros, y anunciemos al mundo la vida nueva que Jesús, con su Buena Muerte y su Resurrección, nos concede. Una vida de amor a Dios y amor al prójimo con la confianza de la vida eterna que nos espera después de la muerte.
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