EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE
DIOS
Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa
juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se
llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de
los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!
Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te
alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a
empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los
miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la
esperanza.
El rey David fue
elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta Samuel estaba buscando al futuro
rey de Israel, un hombre les presentó como candidatos a sus hijos mayores y más
experimentados. Pero el profeta dijo que el elegido era el jovencito David, que
cuidaba las ovejas (cf. 1 S 16,6-13), porque «el hombre mira las apariencias,
pero Dios mira el corazón» (v. 7). La gloria de la juventud está en el corazón
más que en la f La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos
«como a hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a los padres: «No exasperen a sus
hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un joven no puede estar
desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios,
atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas
desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso
insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le
repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12). La gloria de la
juventud está en el corazón más que en la fuerza física o en la impresión que
uno provoca en los demás.
El Señor «entregó su espíritu» (Mt 27,50) en una cruz cuando
tenía poco más de 30 años de edad (cf. Lc 3,23). Es importante tomar conciencia
de que Jesús fue un joven. Dio su vida en una etapa que hoy se define como la
de un adulto joven. En la plenitud de su juventud comenzó su misión pública y
así «brilló una gran luz» (Mt 4,16), sobre todo cuando dio su vida hasta el
fin. Este final no era improvisado, sino que toda su juventud fue una preciosa
preparación, en cada uno de sus momentos, porque «todo en la vida de Jesús es
signo de su misterio» y «toda la vida de Cristo es misterio de Redención».
Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor. Recordando esta verdad, el Concilio Vaticano II expresaba que «rica en un largo pasado, siempre vivo en ella y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo». En ella es posible siempre encontrar a Cristo «el compañero y amigo de los jóvenes»
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