El asalto a los cielos es mencionado en los poemas de Friedich Hölderlin (1770-1843) y con posterioridad ha sido utilizado el término con el significado de alcanzar lo inalcanzable a través del esfuerzo. En este mes de marzo todos los hermanos de la Hiniesta, no solo hemos asaltado los cielos, sino que gracias a Nuestros Titulares lo hemos conquistado, al menos una parte importante del mismo, el referente a nuestras emociones, a nuestras creencias, a nuestra propia identidad como colectivo.
El septenario de la
Virgen fue el primer aldabonazo, logramos que un lunes de febrero fuese Domingo
de Ramos, lo que no es poco. Con solo ver a nuestra Madre Hiniesta subida a su
palio vestida de hebrea, nos provoco a muchos un vuelco al corazón. Después
vino el septenario en sí, que de la mano de el sacerdote Plácido Manuel Díaz Vázquez
se convirtió en un autentico cántico mariano de alcance muy sentimental. No me
importa decir que para la mayoría de los asistentes fue la primera vez que
escuchamos aplaudir a toda la feligresía al término del mismo. Si el mes de
marzo empezó en todo los alto, el final fue el asedio definitivo de la
felicidad como hermano de la Hiniesta.
Difícilmente se olvidará en San Julián este 28 de marzo del 2021,
este Domingo de Ramos, sin procesiones, pero con todo el pueblo de Sevilla en
la calle. La parroquia y sus calles adyacentes se convirtieron en un mar
repleto de sentimientos azules, de amor a Nuestros Titulares, de emociones que
se negaban a ser escondidas y que se convertían en un torrente de lágrimas y de
agradecimiento cuando se enfrentaban a ese icónico paso del Cristo de la Buena
Muerte acompañado esta vez por su Madre y María Magdalena. Stábat Mater de
profunda belleza y sobriedad marcado por unas flores que lo hacían diferente y
a la vez eterno. Curiosamente la mera colocación de las imágenes cambió el
concepto de las mismas, comprendimos en toda su dimensión la tragedia del
Calvario. Un Cristo entregado por amor, una María Magdalena que absorta
contemplaba el cuerpo muerto de su Maestro y una Madre mirando al vacío que lo contenía
todo dándole sentido a lo que sus ojos querían negar. Y por si fuera poco, la música de la Banda de Arahal y de Mairena del Alcor lo acompañaron durante horas, mientras que los
fieles transcurrían pausada y devotamente delante de tan bellas imágenes.
Convirtieron el templo en calle y ahora sí, los sentimientos en recuerdos.
No lo olvidaremos nunca, porque frente a tantos males que
nos rodean, frente a la adversidad de una pandemia que se resiste a abandonarnos,
allí todos sentimos ayuda y amor. Ver como las lágrimas no se podían contener,
ver como tanto mayores como niños se entregaban en cuerpo y alma a sus
sentimientos mas íntimos, jamás será olvidado, no puede serlo, porque
sentimientos tan puros ya no se tienen, desgraciadamente la sociedad los ha
olvidado. Es entregarse sin fisuras a los designios del Altísimo a través de su
Amado Hijo y su Madre. Todos, cual Magdalena en el calvario, nos limitábamos a
mirar embelesados y a proclamar al unísono, “Este es en verdad el Hijo de Dios”.
San Julián, una vez más se convirtió en la Jerusalén
prometida, y sus vecinos, así como los llegados de todos los confines de la
ciudad en busca de ayuda y amor, quedaron saciados. Ciertamente no hubo
nazarenos en sus calles, ni palio azul bordado de plata, ni claveles rojos en
el paso del Señor, ni sus Titulares pudieron acudir de estación de penitencia a
la Catedral Hispalense, pero el efecto sanador se cumplió con creces. El
Pumarejo, Relator, Feria, Hiniesta, Moravia... geografía sentimental de cualquier
devoto de la Hiniesta... se quedaron sin contemplar nuestra cofradía, pero sin
duda les llegó el efecto amplificador del latido que venía de un barrio situado
junto a la Puerta de Córdoba. Precisamente del sitio que Ella misma eligió, San
Julián. Fue hundirse en el pasado para dirigirnos al futuro. Fue asaltar los
cielos.
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