Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
La singularidad litúrgica de este día contempla dos relatos evangélicos: Uno (Lc. 19, 28-40) previo a realizar la procesión de palmas y luego, durante la misa, la lectura de la Pasión según San Lucas en su versión completa (Lc. 22,14-23,56) o en su versión abreviada que aquí se reproduce.
“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”
San Lucas 23, 1-49
En
aquel tiempo, el consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los
escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a
acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra
nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el
Mesías rey".
Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él le contestó:
"Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
"No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más
fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde
Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al
enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que
Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes,
al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería
verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro
suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban
ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó
poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se
hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato
convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo:
"Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo
he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en él ninguna de las
culpas de que lo acusáis. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya
veis que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un
escarmiento y lo soltaré".
Con
ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos
vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!"
A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y
un homicidio.
Pilato
volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús;
pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Él les dijo
por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él
ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y
lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara.
Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición;
soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio,
y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras
lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía
del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo
una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban
por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque van a venir
días en que se dirá: '¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a
luz y los pechos que no han criado!' Entonces dirán a los montes:
'Desplomadse sobre nosotros', y a las
colinas: 'Sepúltadnos', porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el
seco?"
Conducían,
además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar
llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la
cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados
se repartieron sus ropas, echando suertes.
El
pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo- "A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él,
le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate
a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín
y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".
Uno de
los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el
Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba
indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?
Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal
ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino,
acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
Era
casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció
el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad.
Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!" Y dicho esto, expiró.
El
oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo:
"Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose
golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que
las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo
aquello.
Reflexión: La humillación de Jesús
En esta semana, la Semana Santa, que nos
conduce a la Pascua,
seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa”
también para nosotros.
Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus
engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los
Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado
como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín,
condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de
los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre,
soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo
crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto
color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y
a los pies de la cruz,
sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición
de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es
el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de
Dios tomó la “condición de siervo”. En efecto, “humildad quiere decir también
servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”,
como dice la Escritura. Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la
mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del
éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante
cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él,
sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta
tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones,
sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de
muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día
a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una
persona con discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por
mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en
su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser
cristianos, los mártires de hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan
con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en
verdad de “una nube de testigos”: los mártires de hoy.
Durante esta Semana Santa, pongámonos también
nosotros en este camino de la humildad, con tanto amor a Él, a nuestro Señor y
Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos
también nosotros.
Francisco pp. Reflexión Domingo de Ramos
2015 en www.aciprensa.com
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