jueves, 1 de octubre de 2020

Formación


La Palabra con el ejemplo

Desde el mismo momento, en que los primeros discípulos de Jesús de Nazaret, comienzan a caminar solos, en la ausencia del Maestro; antes incluso de la llegada prometida del Espíritu Santo en Pentecostés, que les disiparía dudas y temores; ellos tenían la conciencia de grupo, de familia… Habían vivido así, con el Señor. Y tenían claro, que sólo de ese modo afrontarían el reto de llevar su Palabra –con el ejemplo- a cualquier rincón del mundo… Es la manera en la que les enseñó a vivir el galileo. Pasarían calamidades, pero las pasarían juntos y con la ayuda y la fe en Él. Una fe inquebrantable, que les hizo dar la vida por su Dios, por aquél al que siguieron y conocieron, y del que se fiarían hasta el fin de los días. Se fiarían y transmitirían esa confianza a sus hijos, a los hijos de sus hijos y al resto de la humanidad. Pero, siempre manteniendo los lazos de ser una comunidad, la Iglesia naciente, que después de veinte y un siglos, permanece viva y con la semilla intacta de eternidad.

 Todo esto contrasta con la postura tibia del creyente tipo en la actualidad. Es frecuente, escuchar a niños en catequesis decir que sus padres no van a la Iglesia, porque viven su religión de forma privada e individual; o incluso no entender por qué hay que ir a misa los domingos, poner en tela de juicio la convocatoria de reunión semanal, a modo de asamblea ante la mesa del banquete, de la familia cristiana, para mantenernos vivos y en comunión. Otras veces, se oye decir que cada uno debe vivir la fe como quiera, obviando el mandato de Jesús de predicar el Evangelio, de ser semilla del reino de los cielos. “Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón” (Lc 11. 33). El cristiano común hoy, por desgracia, no suele tiene conciencia de grupo, ni de misión  alguna.

Si los primeros cristianos hubieran adoptado esa postura, hubiera desaparecido el recuerdo de Jesús de la Tierra y no existiría hoy la Iglesia. Por ello, su actitud fue la opuesta, la de predicar, y la de predicar “con el ejemplo… “

Era su compromiso, el más importante de sus vidas, y a ellos debemos agradecer los cimientos de nuestra creencia, esperanza de nuestra historia. Lo hacían con generosidad, conjugando el verbo compartir, y lejos del individualismo radical. La comunidad era trascendental, los significados de la palabra propiedad estaban muy limitados.

Junto a ello, la vocación por el servicio a los demás, demostración del amor al prójimo, la praxis de la misericordia en la ausencia del rencor y el perdón constante al de al lado, porque el único camino de alcanzar la paz con Dios es hallarla con nuestros hermanos. Vivir en hermandad.

Oremos a la Virgen, para que la dimensión comunitaria de la fe cristiana no se vaya diluyendo en la Iglesia como institución, Que no hagan falta condiciones adversas para demostrar nuestra unión.  Que seamos testigos del amor de Dios, compartiendo lo nuestro con el prójimo, ayudándole en sus necesidades, consolándole en sus penas, viviéndolas con él, velando sus sueños, calmando su hambre, saciando su sed, apagando sus temores, protegiendo, defendiendo, acompañando… Recemos a María, para que nunca dejemos en la oscuridad a quien nos necesita, para que nadie se sienta solo ni vacío. Porque en su felicidad estará la nuestra. Y en la nuestra la del hermano.

Como decía, Pio VI: «Si queréis ser hermanos, dejad que los brazos caigan de vuestras manos. Uno no puede amar mientras sostiene los brazos ofensivos».

Carlos Castro Arroyo

Mayordomo Segundo








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