Desde el mismo momento, en que los primeros
discípulos de Jesús de Nazaret, comienzan a caminar solos, en la ausencia del
Maestro; antes incluso de la llegada prometida del Espíritu Santo en
Pentecostés, que les disiparía dudas y temores; ellos tenían la conciencia de
grupo, de familia… Habían vivido así, con el Señor. Y tenían claro, que sólo de
ese modo afrontarían el reto de llevar su Palabra –con el ejemplo- a cualquier
rincón del mundo… Es la manera en la que les enseñó a vivir el galileo.
Pasarían calamidades, pero las pasarían juntos y con la ayuda y la fe en Él.
Una fe inquebrantable, que les hizo dar la vida por su Dios, por aquél al que
siguieron y conocieron, y del que se fiarían hasta el fin de los días. Se
fiarían y transmitirían esa confianza a sus hijos, a los hijos de sus hijos y
al resto de la humanidad. Pero, siempre manteniendo los lazos de ser una
comunidad,
Todo
esto contrasta con la postura tibia del creyente tipo en la actualidad. Es
frecuente, escuchar a niños en catequesis decir que sus padres no van a
Si los primeros cristianos hubieran adoptado
esa postura, hubiera desaparecido el recuerdo de Jesús de
Era su compromiso, el más importante de sus vidas, y a ellos debemos agradecer los cimientos de nuestra creencia, esperanza de nuestra historia. Lo hacían con generosidad, conjugando el verbo compartir, y lejos del individualismo radical. La comunidad era trascendental, los significados de la palabra propiedad estaban muy limitados.
Junto a ello, la vocación por el servicio a los demás, demostración del amor al prójimo, la praxis de la misericordia en la ausencia del rencor y el perdón constante al de al lado, porque el único camino de alcanzar la paz con Dios es hallarla con nuestros hermanos. Vivir en hermandad.
Oremos a
Como decía, Pio VI: «Si queréis ser hermanos, dejad que los brazos caigan de vuestras manos. Uno no puede amar mientras sostiene los brazos ofensivos».
Carlos Castro Arroyo
Mayordomo Segundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario