MISERICORDIA Y JUSTICIA.
Al inicio de la Cuaresma,
oremos con la oración de Jesús: "Aquí
estoy, Señor para hacer tu voluntad", y para ello que mejor
que encontrarnos con estas palabras de Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre
Celestial”. (Mateo 6,1-6).
La Cuaresma es tiempo de renovación
para la Iglesia, y es tiempo de gracia. Dios no es indiferente al mundo,
sino que lo ama hasta el punto de entregar a su Hijo por la salvación de cada
hombre, por ello la Cuaresma es tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo
y llegar a ser como Él y esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y
recibimos los sacramentos, en especial la Eucaristía. En ella nos convertimos
en lo que recibimos: Cuerpo de Cristo, Ahí no hay lugar para la indiferencia,
que tan a menudo parece apoderarse de nuestros corazones. Quien es de Cristo
pertenece a un solo cuerpo y, en Él, no se es indiferente con los demás. "Si un miembro sufre, todos sufren con
él; y sí un miembro es honrado, todos se alegran con él" (Co 12,26).
Así, la sagrada Escritura nos
presenta a Dios como Misericordia infinita, pero también como justicia
perfecta. ¿Cómo conciliar las dos cosas? ¿Cómo se articula la realidad de la
misericordia con las exigencias de la Justicia? Podría parecer que son dos
realidades que se contradicen; en realidad no es así, porque es precisamente la
misericordia de Dios la que lleva a su cumplimiento la verdadera justicia y así
dice el Libro de los Proverbios: "Quien
practica la justicia está destinado a la vida, pero quien persigue el mal
está destinado a la muerte" (11,19) y solo respondiendo con el
bien es como el mal puede ser verdaderamente vencido
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