II domingo de
Adviento
“Preparad el
camino al Señor”
San Marcos 1, 1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el
profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.
Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos."»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se
bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y
de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba
vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene
el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las
sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo.»
Reflexión: El
desierto del Adviento
Si nos basamos en el comienzo del evangelio de San
Marcos, que se lee en este domingo, hay razón suficiente para afirmar que el
tema del desierto no es ajeno al espíritu del Adviento. De Juan se dice que era
“una voz en el desierto”.
Para nuestra mentalidad actual el desierto es un
lugar inhóspito, nada atrayente, donde uno puede morir de sed y de soledad o
perderse a causa de la arena o del viento que borra todos los caminos. Sin
embargo, el pueblo de Dios tuvo una experiencia muy diferente. En el desierto
se sintió salvado, guiado, liberado. Allí Dios le configuró como pueblo suyo,
le habló, le alimentó y le mostró su amor.
En realidad el desierto hace referencia al lugar
misterioso donde Dios y el hombre se encuentran frecuentemente. En el desierto
las tentaciones provocan testimonios de fe, la soledad se cambia en plenitud,
la sed se convierte en anhelo, el hambre genera una oración confiada.
En el Adviento de 2014, como en todos, se hace
necesario escuchar la voz y el mensaje del Bautista. Necesitamos ir al desierto
para escuchar palabras auténticas por encima de los gritos de la vida
cotidiana. Ya apenas creemos nada, porque las palabras que siguen aumentando
los diccionarios parece que solo sirven para la poesía. Es preciso salir del
torbellino de los reclamos publicitarios y del vértigo de las distracciones
para encontrar momentos y espacios de sosiego que ayuden a valorar el sentido
de nuestra existencia y el valor de nuestros afanes.
Hay que descubrir los desiertos actuales que
propician el encuentro con Dios: desiertos de silencio para la escucha y la
meditación; desiertos de soledad que reconfortan y animan a una vida mejor,
desiertos de consuelo espiritual para superar las lamentaciones inútiles.
Para que no fracase nuestro Adviento hay que ir a
los desiertos indispensables de la vida cristiana, que afinan nuestra
esperanza, porque “el Señor no tarda” y debe encontrarnos “en paz con él,
santos e inmaculados”.
A propósito del desierto, volvemos a leer hoy estos
insuperables versos de Isaías: “En el desierto preparadle un camino al Señor;
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten,
que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso
se iguale”.
Andrés Pardo en http://oracionyliturgia.archimadrid.org/
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