Domingo II del Tiempo Ordinario
“En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos”
San Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, había
una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus
discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de
Jesús le dijo:
-- No les queda vino.
Jesús le contentó:
-- Mujer, déjame,
todavía no ha llegado mi hora.
Su madre dijo a los
sirvientes:
-- Haced lo que él os
diga.
Había allí colocadas
seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien
litros cada una. Jesús les dijo:
-- Llenad las tinajas
de agua.
Y las llenaron hasta
arriba. Entonces les mandó:
Sacad ahora, y
llevádselo al mayordomo.
El mayordomo probó el
agua convertido en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían,
pues habían sacado el agua, y entonces llamó al novio y le dijo:
-- Todo el mundo pone
primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has
guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea
Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos
en él.
(Paolo Veronese, 1563. Museo de Louvre)
Reflexión: Cerca de las cosas pequeñas
La grandeza y divinidad de Jesús no le impedía estar cerca de
las cosas pequeñas de la vida humana de cada día. Esta actitud sería luego
criticada por sus enemigos, le llamarían comilón y bebedor simplemente porque
participaba en fiestas y celebraciones de sus amigos. Hoy nos narra el
evangelio las bodas que se celebraron en Caná de Galilea. A ella fueron invitados
Jesús con su madre y sus discípulos. De este modo el Señor santificó con su
presencia divina ese acontecimiento crucial en la vida del hombre, bendice la
unión entre marido y mujer hasta hacer de ella el gran sacramento, el símbolo
vivo de su propia unión con la Iglesia, la esposa de Cristo sin defecto ni
mancha.
San Juan, que vivió con María cuando el Señor se marchó a los
cielos; él, que la tomó como madre por encargo de Jesús agonizante en la cruz;
él, que fue el discípulo amado, sólo habla dos veces de la Virgen en todo su
evangelio; aquí en Caná y luego cuando refiere la crucifixión en el Calvario.
Son pocas veces, desde luego, para todo lo que él habría escuchado de labios de
Santa María. Sin embargo, cuanto dice es más que suficiente para que podamos
conocer la categoría excelsa de Nuestra Señora, la madre de Jesús, como siempre
la llama Juan. Ya con este detalle nos está enseñando que María es la madre de
Dios, un hecho que es el punto de arranque y la base teológica en donde se
apoya toda la grandeza soberana de la Virgen, privilegio singular del que
derivan todos los demás.
Con este milagro, realizado gracias a la intervención de
María, se pone de manifiesto: Por un lado la ternura de su corazón materno, el
desvelo por las necesidades de sus hijos; y por otra parte aparece su poder de
intercesión ante su divino Hijo, que se siente incapaz de no atender la súplica
de su Madre santísima. Con razón, por tanto, la podemos invocar como Madre de
misericordia y como la Omnipotente suplicante.
Cuánto nos ama el Señor. No sólo muere por nosotros en la
cruz y derrama toda su sangre para redimirnos. Además nos entrega lo que le era
más querido y entrañable, a su propia Madre, para que lo sea también nuestra.
Con razón la llamamos "spes nostra", esperanza nuestra y causa de
nuestra alegría. Quien confíe en ella no se verá jamás defraudado, lo mismo que
nunca defrauda el amor de una buena madre al hijo de sus entrañas.
Antonio García
Moreno en www.betania.es
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