NOTA. Por el arraigo popular del día de los Fieles Difuntos, el Calendario Litúrgico aprobado por la Conferencia Episcopal Española sustituye la celebración del domingo XXXI del Tiempo Ordinario por esta conmemoración. Pueden utilizarse cualquiera de las lecturas del Leccionario de difuntos, a elección del celebrante. Aquí nos referimos a una de las posibles.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”
San Juan 14, 1-6
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice:
--Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
--Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Reflexión: En Él brilla la esperanza de la feliz resurrección
1.- Hoy nuestra oración tiene presente a todos aquellos que hay echo camino entre nosotros y que ya no están, confiando en la misericordia de Dios que los acoge a su lado. Por ellos pedimos de manera especial. Y esta confianza brota y está expresada en una oración muy bonita que rezaremos después en el momento de la plegaria eucarística y que es el prefacio I de difuntos. La confianza y la esperanza en que la muerte no tiene la última palabra para nosotros, los cristianos, nos la da el mismo Jesús que, con su muerte y resurrección, destruyó la muerte y nos abrió las puertas de la vida. En el prefacio que luego rezaremos, se dice: “en Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección”. Jesús resucitado es nuestra esperanza y la esperanza de todos los que mueren.
2.- Y continúa: “porque la vida de los que en Ti creemos no termina, se transforma”. Dios no nos ha creado solo para un rato, que es esta vida, sino para la eternidad, para la vida eterna. Y cuando termina nuestra estancia aquí en la tierra, nuestra vida se transforma en el cielo y se une a Dios, y a nuestros hermanos y hermanas, para siempre: “y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Así es Dios con nosotros. Somos sus hijos, nos quiere con locura, nos acompaña todos los días, ¿cómo no va a estar con nosotros en el momento más difícil de nuestra existencia? ¿Qué clase de Dios sería si nos abandonara en esos momentos? Dios es nuestro Padre bueno y un buen padre no abandonaría nunca a sus hijos.
3.- En su casa hay sitio para todos. Todos cabemos allí. Todos reunidos alrededor de la Mesa, alrededor del Padre de la Vida, nuestro Creador. Todos unidos, viviendo en plenitud el amor, haciendo realidad plena el proyecto de Dios para el mundo, para las personas, para sus hijos e hijas, para todos nosotros. Hacia ahí caminamos. Pero mientras tanto hay que seguir luchando en la vida, aquí abajo, luchando por alcanzar la santidad que Dios nos propone. Luchando cuando la vida se pone cuesta arriba y alegrándonos en los momentos dulces y gozosos. Pero siempre, en todo momento y ocasión, amando. Ese es el secreto para vivir en esta vida, es la receta perfecta: el amor. Así nos lo mostró Jesús con su estilo de vida. Aquí, en la Eucaristía, le vemos dando su vida por amor a nosotros. Aquí, en la Eucaristía, le pedimos por nuestros difuntos. La Eucaristía es la gran oración por los difuntos, es el empujón definitivo hasta la casa del Padre. Como dice el memento de difuntos, hoy le pedimos por nuestros familiares y amigos que han muerto “en la esperanza de la resurrección”.
Por Pedro Juan Díaz en http//www.betania.es
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