sábado, 17 de octubre de 2009

Domund 2009

Mañana domingo 18 de octubre se celebra la jornada mundial de las misiones, DOMUND 2009. En 1926 Pío XI estableció que el penúltimo domingo de octubre se celebrara en toda la Iglesia el “Domingo Mundial de las Misiones”, en favor de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe, para mover a los católicos a amar y apoyar la causa misionera.

Desde 1943, esta “fiesta de la catolicidad y de la solidaridad universal” se conoce en España como DOMUND (de DOmingo MUNDial). Este nombre ha ayudado a identificar y difundir aún más esta jornada entre nosotros, y su mensaje —una llamada de atención sobre la común responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización del mundo— ha calado en la profunda sensibilidad y tradición misionera de nuestro país. La Jornada Mundial de las Misiones es el momento culminante de una corriente de animación y cooperación misionera que debe desplegarse todo el año, especialmente, a lo largo de todo el “Octubre Misionero”.
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Para esta edición se ha escogido el siguiente lema: “La Palabra, luz para los pueblos”. En palabras de monseñor Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona y Director de las Obras Misionales Pontificias en España, la Palabra de Dios siempre ha sido y será luz para toda la humanidad. Sólo Jesucristo puede iluminar y alumbrar en medio de las tinieblas que ha oscurecido el pecado del ser humano, en medio de la noche. Pero no hemos de temer: la luz vencerá a las tinieblas. En la historia de la humanidad, aquellos que han sabido acoger con ilusión y entrega la Palabra de Dios se han convertido en pequeñas estelas de luz que nunca se apagará. Pensemos en la Virgen María y en la multitud de santos que han jalonado la historia. Todos han mostrado el rostro de la auténtica vida en aquel que es la Vida. En mi tiempo de seminarista, recuerdo que la Palabra de Dios me fascinaba de modo especial, y tanto en los momentos litúrgicos –la Eucaristía como centro y cumbre –, como en los momentos de oración personal, resonaba en mi interior una Voz que nada ni nadie ha podido silenciar. Me encontraba, y ahora me encuentro, tan aliviado y tan fortalecido que siempre he dicho y diré con orgullo que sólo en la Palabra hallo mi descanso. La fuerza que da la Palabra de Dios es tan intensa que se vencen todas las tentaciones si nos ponemos como el leño al calor y fuego de la lumbre.
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Quien se fía de la Palabra hace posible que en su vida habite Dios: “El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14,23). La misión nace de una experiencia y de un encuentro con Jesucristo, y siempre requiere antes que anunciar el Evangelio estar muy seguros de poder entablar una relación de amistad profunda con el que se va a anunciar: Jesucristo.
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El pasado 29 de junio, Su Santidad el Papa Benedicto XVI en su mensaje con motivo de la jornada mundial de las misiones concluía diciendo: El empuje misionero ha sido siempre signo de vitalidad de nuestras Iglesias (cf. Redemptoris missio, 2). Es necesario, sin embargo, reafirmar que la evangelización es obra del Espíritu y que, incluso antes de ser acción, es testimonio e irradiación de la luz de Cristo (cf. Redemptoris missio, 26) por parte de la Iglesia local, que envía sus misioneros y misioneras para ir más allá de sus fronteras. Pido por lo tanto a todos los católicos que recen al Espíritu Santo para que aumente en la Iglesia la pasión por la misión de difundir el Reino de Dios, y que sostengan a los misioneros, las misioneras y las comunidades cristianas comprometidas en primera línea en esta misión, a veces en ambientes hostiles de persecución.
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Al mismo tiempo, invito a todos a dar un signo creíble de comunión entre las Iglesias, con una ayuda económica, especialmente en la fase de crisis que está atravesando la humanidad, para colocar a las Iglesias locales en condición de iluminar a las gentes con el Evangelio de la caridad.
Nos guíe en nuestra acción misionera la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, que ha dado al mundo a Cristo, puesto como luz de las gentes, para que lleve la salvación “hasta los extremos de la tierra” (Hch 13,47).
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A todos mi Bendición.
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