martes, 15 de junio de 2021

La respuesta azul que nunca acaba


“Bajo el cielo fiel, junio corría
arrastrando en sus aguas dulces fechas”

Octavio Paz

Es este sol brillante que no quiere ocultarse. Ese azul sin, apenas, alba. Estas tardes desnudas. Esos días largos que crecen hasta el solsticio...

Esos días de Corpus,  no en vano junio quiere alargar sus días para imitar la inmensidad de Dios.  La entrega infinita y la fragilidad absoluta. Sonarán las campanas por San Pedro, y antes la noche de San Juan, dos días después de la madrugada más corta. Pero antes aún, celebramos que  Jesús,  nuestro Dios, se nos da en cuerpo y sangre, por entero, como alimento de vida eterna; porque “el que come su carne y bebe su sangre será resucitado el último día…” (Juan 6, 56-71).

Este año tampoco pisamos romero por las calles antiguas, acompañando la custodia que contiene el amor más puro; sin embargo, es inevitable que, además de adorar al Santísimo, el corazón azul y plata lleve sus ojos al recuerdo melancólico y orgulloso de nuestra Chiquitita en su paso procesional.

Faltan pocos minutos para las ocho de la tarde del diecinueve de mayo de 2019. El paso de la Virgen se encuentra parado a escasa distancia de la ojiva. El fiscal de paso y el mayordomo se acercan a nuestro capataz Pedro Ariza, y le hablan al oído, y éste seguidamente toca el llamador del paso y dedica la levantá a la memoria de la madre de un hermano que se fue a su lado, tan solo diez días antes. Los ojos de algunos se nublan de lágrimas y el sonido de las campanitas del baldaquino llegan hasta los álamos del mismo cielo…

Sale la Virgen, suena Hiniesta Coronada, repica enajenado el campanario de San Julián y se pasea perfumando su barrio de alegría, hasta llegar a la casa de la que es su Dueña, en loor de multitudes,  por una calle Sierpes abarrotada, que le llevará a la rampa de siempre… Para que la Giralda suene, mientras se canta la Salve.

A media mañana del día siguiente, van apareciendo caras acontecidas de hermanos que han acompañado al Santísimo desde muy temprano en la procesión de la catedral, por la capilla del Tanatorio de la SE30. Ya no llevan el cordón azul y blanco al cuello y vuelven a vidriarse la vista al abrazar a los familiares de uno de los hermanos más antiguos y más queridos, por su bondad. Ya está, también, a su lado.

La Patrona ha de regresar por la tarde, aunque el Hermano Mayor no lleva la vara dorada. No se encuentra en el cortejo; y cada minuto de aquella procesión de vuelta va su madre en la mente de todos los presentes… A quien él está acompañando…

Pero, María Santísima, Hiniesta Gloriosa Coronada llega a su plaza, y la juventud la espera, para regalarle, una vez más, una petalada… Una petalada en la que va el corazón de todos los presentes: niños, adolescentes, jóvenes, adultos... Llora de emoción aquella que lo hizo posible (como tantas cosas imposibles…), y quien convirtió en tradición que en San Julián llovieran flores los jueves de Corpus al filo de la madrugada.

Nuestra Madre ya está en la puerta. Son las doce de la noche del veinte de junio de 2019. Se dispone a la última chicotá. Desde entonces, no ha vuelto a estar la Virgen en la calle, y ansiamos la belleza en nuestra memoria. Allí están las mismas caras que despedían y rezaban en la mañana, y también lloran… Rebosa el vaso de las emociones, cuando, esta vez Rafael, toca el llamador y dedica la última levantá.

Así de sencillas son las cosas nuestras. Así traspasan las esquirlas del alma. Son esas vivencias, esos recuerdos, esos momentos,  esas nostalgias los lazos que nos unen para siempre,  las que hacen de iris el sendero de nuestra historia, las que hacen invencible esta devoción de siglos. La respuesta a la pregunta, que parece no tenerla, porque nunca acaba, no tiene fin, porque el amor a la Hiniesta es eterno.

Es junio, otra vez, en San Julián…

(A la memoria de José De Alba Castaño, Emilia Pérez Fagundo y Concepción Arroyo Ortiz)


Carlos Castro

Secretario Segundo


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