El
inexorable reloj del tiempo nos devuelve otra vez a la casilla de salida. Y
entre el aroma de castañas tostadas y la arquitectura efímera de luces
navideñas cada vez más madrugadoras, al llegar los días postreros de noviembre, el adviento se cuela en nuestras vidas.
Con la misma naturalidad que el
reloj traspasa la frontera de los días hemos pasado de un año litúrgico a otro.
Cerrábamos uno con la majestad de Cristo Rey del Universo que vuelve lleno de
poder para juzgar al mundo e inauguramos otro fijándonos en un frágil Niño que
nace humildemente en una cueva. El adviento transitará suavemente desde la
espera vigilante de aquel Dios “terrible
y glorioso” hasta el encuentro entrañable y agradecido con el Dios hecho
hombre, el hijo de María. Entre medio, un deseo íntimo y personal de acogida
que requiere un proceso de conversión.
Recorremos este itinerario hacia la
Navidad guiados por tres personajes principales: los profetas del Antiguo Testamento,
en particular Isaías (siglo VIII a. C.) que anuncia el nacimiento de un niño
llamado a ser Dios fuerte, Padre eterno y
Príncipe de la paz; Juan el Bautista, familiar y coetáneo de Jesús que le
señala en medio de su pueblo y predica un bautismo de conversión y sobre todo
la figura de la Virgen María que con su aceptación plena y confiada de lo que
el Ángel le anuncia, abre la puerta a la humanidad de Jesús. Por ello se dice
que es un tiempo esencialmente mariano en el que brilla la solemnidad de la
Inmaculada Concepción de tanta raigambre en Sevilla y en nuestra Hermandad y en
el que la veneramos en sus advocaciones de Loreto, Guadalupe y por supuesto
Esperanza que tanta devoción popular concita en nuestra tierra.
Los romanos denominaban adventus (llegada) al tiempo de
preparación de la visita de algún personaje importante (un rey o un general
victorioso); para nosotros ese personaje es Jesús. Y aunque cuenta con muchos
siglos que existencia, es el más moderno de los tiempos litúrgicos fuertes, el
último en formarse allá por el siglo V. A lo largo de la historia su duración
ha venido oscilando entre tres y seis semanas. Las vigentes Normas sobre la
ordenación del calendario litúrgico establecen su duración en cuatro semanas y
fijan su comienzo el domingo más próximo al 30 de noviembre. Es tiempo de
alegría contenida, de espera activa y de preparación espiritual.
Los signos externos de este tiempo
están presididos por la idea se sobriedad: en el color de los ornamentos, el
morado (facultativamente el rosa el tercer domingo); en la decoración del
altar, limitada en luces y flores; en la sencillez del canto y en omisión del
Gloria en las celebraciones. Todo ello con la doble finalizar de crear un
ambiente propicio para el encuentro interior y de contrastar con la explosión
de música y luz que supondrá la Navidad. En los últimos tiempo se ha ido
estableciendo el símbolo más llamativo del Adviento “importado” de los países
del Norte de Europa: la Corona del Adviento”. Consiste en un aro de ramas y
hojas verdes adornado con cuatro velas, tres moradas y una rosa, que se van
encendiendo al comienzo de la celebración de cada uno de los domingos para recordar los hitos o etapas que se van
consumiendo hasta la llegada de Jesús. En ocasiones se añade en el centro una
vela de color blanco de mayor altura y grosor que las otras que se encenderá la
noche de Nochebuena (en la tradicional Misa del Gallo); representa a Cristo luz
del mundo y simboliza que su nacimiento en Belén irradia a todo el universo.
Vivimos un tiempo de angustias e
incertidumbres en el que todo lo que hemos ido construyendo con los años parece
que se tambalea. Oigamos la noticia que proclama el adviento: “el Señor viene a
nuestra casa, Dios está cerca” y a pesar de nuestros errores y fracasos y de
los peligros que nos acechan, este anuncio nos tiene que llenar de esperanza.
El papa Francisco lo recordaba con estas palabras: “El tiempo de Adviento,
que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una
esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una
esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás!
Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!”
José Antonio
González Ruiz
Promotor
sacramental
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