martes, 18 de mayo de 2021

Esos hilos que nos unen

 


“La de la Virgen de mayo,
la de mi blanca corona...”

Dulce María Loynaz


   Ha florecido mayo sobre la liturgia. Se ha consumado la primavera. La Pascua madura, Jesús asciende a los cielos y el Espíritu Santo va a descender a los apóstoles, reunidos en la mesa, junto a María. Siempre María.

   Es su mes. Es el mes de las flores. Flor de retama, devoción de nuestra vida. Ella es nuestro refugio. Por ello, se sienta a la mesa, junto a nosotros. No es difícil imaginar el miedo,  el vacío que debieron sentir los discípulos cuando Jesús resucitado, desde Galilea, vuelve a la casa del Padre, pensándose abandonados.

    Cuántas veces nosotros hemos sentido lo mismo… Las páginas muertas de nuestra biografía… Aquel frio amanecer,  aquella tarde, que la angustia nos superaba, y salimos a la calle, sólo para buscar a Ella. Pensábamos que nos habían olvidado, que no éramos importante para nadie, y allí estaba esperándonos. De blanco y de pureza.

    Roca firme, pedernal, consuelo y esperanza. Raíz y savia del tronco de seis siglos. Y porvenir en nos. Porvenir,  porque nuestro futuro será junto a la Hiniesta Gloriosa,  o no será.

   Por eso, Ella fue a estar con ellos, a celebrar Pentecostés, para no dejarlos, para aliviar ese temblor oculto de sirga, que entre ellos no se atrevían a admitir. Su sola presencia es serenidad, sotavento de nuestras dudas, es el ancla de nuestra nave en derrota.

   Vivimos el tiempo de las Glorias. Es ese contradictorio e ilusionante mes de mayo que guarda las esencias del helecho. De la luz velada de polen. Del esplendor y de las flores.

    Y lo custodia en este período difícil que nos ha tocado vivir. En este devenir de las ausencias,  en este trayecto inesperado y cuesta arriba…



    Intacta está nuestra ansia. No salió la Salud a la calle, ni hemos visto la Alegría por la Judería. Ni habrá nubes de romero,  ni reflejos en el río de simpecados y carretas de plata...

   Pero habrá veintitrés de mayo. Habrá tres días de puertas abiertas, en comunión con todas las Hermandades de Gloria. Y el domingo volveremos a Ella. Volverán los niños y niñas a ofrecerle las flores de su alma. Volveremos a la mirada inocente a la que le debemos todo.

    Porque, hace cuarenta y siete años, Sevilla coronó a su Patrona. Porque cuentan que Ella dijo “Soy de Sevilla” y la ciudad le respondió que era de Ella.

    No podremos besar sus manos,  pero sí pronunciar en silencio un agradecimiento infinito. Como decía Gerardo Diego: “dejarse florecer durante el mes de mayo de alelíes las manos los ojos de distancia”.

    Cada uno de nosotros, acariciará su medalla, ya sea calada o con reverso repujado, y el cordón que la porta. Esos hilos indiferentes, de plata, blancos, azules, de seda, nuevos o desgastados, pero que lo unen todo. Esa medalla, que llegó a nuestras manos, tal vez de un ser querido…

    Pero, siempre,  y de manera invariable, viene a decirnos lo mismo: Dos palabras que lo dicen todo. En el recodo más valioso de nuestra alma. En lo más hondo. En la eternidad. Siempre. Siempre juntos.



Carlos Castro Arroyo
Secretario Segundo

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