Domingo IV de Cuaresma
“El Hijo del Hombre tiene que ser elevado para que todo el que cree tenga vida eterna”
San Juan 3, 14-21
En
aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en
el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna.
Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz
vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras
eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la
verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios.»
Reflexión
DIOS AMA AL MUNDO
No es una frase
más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante
cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el
origen y el fundamento de nuestra esperanza.
«Dios ama el
mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y
contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su
camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro
costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.
Primero, Jesús
es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los
cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de
su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más
ingeniosas. Sólo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios,
puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de
Dios a todo ser humano.
Segundo. La
razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es
recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: La
Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos
los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios
a todo ser humano.
Tercero. Según
el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso
hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral.
Sólo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la
conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos
transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro
resentimiento y enojo.
Cuarto. En
estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos
impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús.
No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y
mujeres buenos, que introducen entre nosotros amor, amistad, compasión,
justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia
de Jesús, la Iglesia del amor.
José Antonio Pagola en www.servitascadiz.com
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