jueves, 28 de mayo de 2020

Formación


  Pentecostés: El Señor cumple su palabra


Pentecostés; cincuenta días después (es su significado etimológico). Palabra que proviene del griego. Para el pueblo hebreo era la fiesta de las siete semanas (Ex 34, 22), cuando la siembra daba su fruto. Por ello, los doce apóstoles se reunieron junto a la madre del Maestro para celebrar la festividad, unidos y junto a ella y, seguro, con miedo. Con mucho miedo. No es difícil imaginar la sensación de soledad y abatimiento que tendrían, tras el regreso del Señor a la casa del Padre. Pero, Él ya había prometido cincuenta días antes, en la última cena, que les enviaría el Espïritu Santo para acompañarles, para dar fuerzas a sus discípulos siempre. Siempre. Pero, es probable, ellos lo habían olvidado.
Así, se materializa la Alianza del Nuevo Testamento, cincuenta días después de la resurrección: “Estando todos reunidos en un mismo lugar, de repente vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. (Hch 2, 1-4)
Desde entonces la Iglesia, tiene la guía del Espíritu Santo. Que nos guía entre la niebla y que alumbra el corazón de cada bautizado, con el primero de los sacramentos. Jesús quiso una iglesia humana, con sus errores. Pero, también divinizada, con la fuerza el Paráclito. Él nos regala sus dones. Los dones del Espíritu Santo son siete: Sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios. Así se los hizo llegar a los doce en su primera aparición, a la Iglesia, cuando sus llamaradas les llenaron de conocimiento y valor para comenzar la evangelización.
Eso es lo que celebraremos el próximo domingo: Qué el Señor cumple su palabra, no nos abandona y nos acompaña.
Pidámosle a la tercera persona de la Santísima Trinidad, que nos llene de ese poder y, al tiempo, de la fe inquebrantable de ellos que no dudaron en dar la vida por ese Mesías que conocieron, camino, luz y vida.
Pentecostés es fiesta, pues,  para toda la Iglesia. Así lo manifestó Benedicto XVI: La Iglesia es por su naturaleza una y múltiple, destinada a vivir en todas las naciones, en todos los pueblos, y en los más diversos contextos sociales. Responde a su vocación, de ser signo e instrumento de unidad de todo el género humano, sólo si es autónoma de todo Estado y de toda cultura particular”.







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