Domingo de Ramos
“Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”
Pasión del Señor según San Mateo 27, 11-54 (versión breve)
Luego los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno de él a toda la tropa. Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.
Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota (que significa la calavera) dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su condena: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: «¡Tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!». Del mismo modo los sumos sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él y decían: «Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. ¡Es rey de Israel! ¡Que baje de la cruz y creeremos en él! Confiaba en Dios. Que lo libre ahora, si es que lo ama, puesto que ha dicho: Soy hijo de Dios». Los ladrones crucificados con él también lo insultaban.
Desde el mediodía se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. Hacia las tres de la tarde Jesús gritó con fuerte voz: «Elí, Elí, lemá sabactani?» (que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «¡Éste llama a Elías!». En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber. Los otros decían: «¡Deja! A ver si viene Elías a salvarlo». Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión, por su parte, y los que con él estaban custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, tuvieron mucho miedo y decían: «Verdaderamente éste era hijo de Dios».
Reflexión: Siempre unido al Padre
La liturgia de hoy nos lleva a acompañar a Jesús con palmas y ramos, aclamando a sí que la salvación nos llega a través de un rey que se presenta manso y humilde, el rey que nos va a salvar mediante la cruz. Todo remite al poder de Dios, en el que Jesús confía completamente. Los ramos agitados muestran la esperanza humana puesta en un “rey”, esperanza que deberá adaptarse al modo como este Rey va a ejercer su realeza.
Los textos nos hablan de esta realeza, de cómo es el amor de Cristo: un amor traicionado, ridiculizado y humillado. La humildad de Cristo se muestra con toda claridad en la mansedumbre con la que soportó las humillaciones, movido por su amor por nosotros. Es un amor que llega hasta el extremo.
La pasión según san Mateo presenta a Cristo solemne, consciente del terrible destino que le espera. El evangelista acompaña el relato con citas del Antiguo Testamento, para mostrar de este modo que los acontecimientos forman parte del designio divino trazado desde la eternidad.
El relato de la pasión nos va mostrar en la persona de Jesús, quién es Dios y cuál es el amor que nos tiene. La relación de Jesús con Dios se pone de manifiesto, sobre todo, por medio de su oración en Getsemaní y en la Cruz. En estos dos momentos cruciales se hace patente que él permanece siempre vinculado a su Padre, que recorre el camino trazado por él y que lo acepta a partir de esa vinculación: Dios le pertenece y él pertenece a Dios. La pasión muestra la grandeza del amor de Dios Padre hacia los hombres: pone en juego la vida de su Hijo predilecto por nosotros, que se entrega para nuestra salvación.
Antonio J. Guerra, pbro, en http://www.archisevilla.org/domingo-de-ramos-2017/
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