Queridos hermanos
y hermanas de Roma y del mundo entero
Cristo nos ha nacido.
Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que él ama. Que
llegue a todos el eco del anuncio de Belén, que la Iglesia católica
hace resonar en todos los continentes, más allá de todo confín de
nacionalidad, lengua y cultura. El Hijo de la Virgen María ha nacido
para todos, es el Salvador de todos.
Su Santidad Benedicto XVI |
Así lo invoca una
antigua antífona litúrgica: «Oh Emmanuel, rey y legislador
nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a
salvarnos, Señor Dios nuestro». Veni ad salvandum nos. Este
es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber
superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner
su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él
desde lo alto. Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo,
nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha
tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas
del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad
y de su amor (cf. Sal 40,3).
Sí, esto significa
el nombre de aquel niño, el nombre que, por voluntad de Dios, le
dieron María y José: se llama Jesús, que significa «Salvador»
(cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por Dios Padre
para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y
en la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo
presuntuoso de actuar por sí solo, del ponerse en concurrencia con
Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que es bueno y es malo, del
ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7). Este
es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no
podemos salvarnos si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no
es implorándole: «Veni ad salvandum nos - Ven a salvarnos».
Ya el mero hecho de
esta súplica al cielo nos pone en la posición justa, nos adentra en
la verdad de nosotros mismos: nosotros, en efecto, somos los que
clamaron a Dios y han sido salvados (cf. Est 10,3f [griego]).
Dios es el Salvador, nosotros, los que estamos en peligro. Él es el
médico, nosotros, los enfermos. Reconocerlo es el primer paso hacia
la salvación, hacia la salida del laberinto en el que nosotros
mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al
cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida,
siempre y cuando haya Alguien que escucha, y que pueda venir en
nuestro auxilio.
Jesucristo es la
prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios
tiene un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí
mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo
nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La
respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera
infinitamente nuestras expectativas, llegando a una solidaridad tal,
que no puede ser sólo humana, sino divina. Sólo el Dios que es amor
y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta vía, que
es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la
nuestra: la vía de la reconciliación, el diálogo y la
colaboración.
Por tanto, queridos
hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo, dirijámonos en esta
Navidad 2011 al Niño de Belén, al Hijo de la Virgen María, y
digamos: «Ven a salvarnos». Lo reiteramos unidos espiritualmente
tantas personas que viven situaciones difíciles, y haciéndonos voz
de los que no tienen voz.
Invoquemos
juntos el auxilio divino para los pueblos del Cuerno de África, que
sufren a causa del hambre y la carestía, a veces agravada por un
persistente estado de inseguridad. Que la comunidad internacional no
haga faltar su ayuda a los muchos prófugos de esta región,
duramente probados en su dignidad.
Que el Señor conceda
consuelo a la población del sureste asiático, especialmente de
Tailandia y Filipinas, que se encuentran aún en grave situación de
dificultad a causa de las recientes inundaciones.
Y que socorra a la
humanidad afligida por tantos conflictos que todavía hoy
ensangrientan el planeta. Él, que es el Príncipe de la paz, conceda
la paz y la estabilidad a la Tierra en la que ha decidido entrar en
el mundo, alentando a la reanudación del diálogo entre israelíes y
palestinos. Que haga cesar la violencia en Siria, donde ya se ha
derramado tanta sangre. Que favorezca la plena reconciliación y la
estabilidad en Irak y Afganistán. Que dé un renovado vigor a la
construcción del bien común en todos los sectores de la sociedad en
los países del norte de África y Oriente Medio.
Que el nacimiento del
Salvador afiance las perspectivas de diálogo y la colaboración en
Myanmar, en la búsqueda de soluciones compartidas. Que nacimiento
del Redentor asegure estabilidad política en los países de la
región africana de los Grandes Lagos y fortaleza el compromiso de
los habitantes de Sudán del Sur para proteger los derechos de todos
los ciudadanos.
Queridos hermanos y
hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que
contemplamos es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un
mensaje universal de reconciliación y de paz. Abrámosle nuestros
corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle con
confianza y esperanza: «Veni ad salvandum nos».
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