Domingo VII del
Tiempo Ordinario
“Amad a
vuestros enemigos”
San Mateo 5, 38-48
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se
dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al
que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha,
preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale
también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a
quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
.Habéis oído que se
dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” Pero yo os digo: amad a
vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la
lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto».
(Fotografía Luis Manuel Jiménez, Diario de Pasión)
Reflexión: La ley del amor al prójimo
Esta ley se
halla formulada en el AT y a ella se refiere la primera lectura tomada del
libro del Levítico. En su exposición el AT establece unas categorías que serán
superadas por la enseñanza de Jesús sobre el tema en cuestión: el concepto de
prójimo se halla circunscrito a los miembros del pueblo de Israel y a todos
aquellos que de alguna manera habían sido incorporados al mismo. La segunda
parte “odiarás a tu enemigo” no se halla escrita en ninguna parte de la
Biblia. La habían deducido los judíos, a modo de conclusión, de la primera:
todos los que no pertenecían al pueblo de Dios eran idólatras y, por tanto,
eran enemigos de Dios. Ahora bien, como los judíos no conocían término medio
entre el amor y el odio, el sentimiento por los no judíos lo habían formulado
en términos de odio.
Jesús
eleva el principio del amor al prójimo a categoría universal, sin hacer ninguna
clase de distinción. No hacerlo así equivaldría a quedarse al nivel de los
publicanos que, por solidaridad, estaban unidos entre sí y se amaban; o al nivel
de los paganos. Y partiendo del principio aceptado por los judíos que dice: Debe
imitarse la conducta de Dios, Jesús establece el principio del amor
universal. Dios no hace distinciones, hace salir el sol para todos. Es una
nueva visión e interpretación de Dios, ya que los judíos consideraban que
tenían preferencias casi en exclusiva ante él.
La última
prescripción obliga, en forma imperativa, a la perfección. Una perfección que
consiste en que nuestra vida y actividad constituyen una unidad. Toda para
Dios. Sin establecer distinciones ni parcelaciones en el campo de la vida
humana.
Felipe F. Ramos, pbro., en http://www.catedraldeleon.org/index.php/el-evangelio/ciclo-a/tiempo-ordinario/434-ciclo-a/
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