Domingo V del
Tiempo Ordinario
“Vosotros sois la luz del mundo”
San Mateo 5, 16-16
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la
sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y
que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla
debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los
de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Reflexión: Destinados a abrirnos al mundo
Mateo había acabado el
evangelio del domingo pasado declarando bienaventurados a los discípulos
(«vosotros») que eran perseguidos y calumniados. A ellos también se les dice,
en el evangelio de hoy, que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Así
pues, Dios aprecia a aquellos que son despreciados por causa de Jesús. Pero el
don de este reconocimiento divino, única gloria que los creyentes deberían
buscar, es también tarea misionera. Ellos son sal invitados a dar sabor y son
luz, emplazados a iluminar. Ahora bien, dicha tarea misionera no es una
cuestión sin importancia. El creyente se juega la salvación en el ejercicio de
su misión: si la sal se vuelve sosa, será «arrojada» al suelo y «pisada»,
verbos que evocan el juicio divino negativo.
Por otro lado, las imágenes
de la sal y la luz sugieren que los creyentes deben abrirse a los demás. Ni la
sal ni la luz son productivas por sí mismas: la sal condimenta la comida, la
luz ilumina las cosas. Del mismo modo, los discípulos no existen para sí, sino
para la tierra. Dar sabor e iluminar son expresión de las «buenas obras» de los
fieles, por las que los hombres darán gloria al Padre del cielo.
En conclusión, la actuación
moral del cristiano alberga una motivación esencialmente misionera: el
ejercicio de las buenas obras llevará al no creyente a reconocer al Padre del
cielo. La gloria de Dios, por lo tanto, es el fin supremo de la vida. Así lo
reza la tradición ignaciana: «todo a la mayor gloria de Dios».
Álvaro Pereira
Delgado, pbro., en
http://www.archisevilla.org/v-domingo-del-tiempo-ordinario-ciclo-a/
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