Domingo II del
Tiempo Ordinario
“Éste es el
Hijo de Dios”
San Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia
él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése es
aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante
de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a
bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
Reflexión: Elegidos por Dios
La
imagen del cordero no nos resulta familiar. En cambio los judíos que escuchaban
a Juan, todos los años celebraban la Pascua sacrificando un cordero. Celebraban
la liberación de Egipto y recordaban fácilmente al profeta Isaías que había
hablado de un “Siervo de Dios” que fue traspasado por nuestras rebeldías y
triturado por nuestras iniquidades (...) como un cordero llevado al matadero.
La
imagen del cordero sintetiza el aspecto culminante de la misión de Jesús:
quitar el pecado del mundo. Este domingo completa la fiesta del Bautismo de
Jesús: allí se pone el acento sobre su identidad; aquí sobre su misión.
Por
el bautismo todos somos elegidos por Dios y tenemos una misión: el servicio a
los hombres para la gloria de Dios. El día de nuestro bautismo Dios Padre
susurró en nuestro corazón: Tú eres mi hijo querido. Hoy agrega: Tú eres mi
Servidor, por ti me gloriaré.
Los discípulos de Jesús compartimos su misión. No sólo
debemos ser “corderos inmaculados” –vivir cristianamente– sino también quitar
el pecado del mundo a través de las múltiples formas que sugiere la compasión,
la misericordia, el amor a los demás.
Extraido de www.sanpablo.com/liturgia
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