
La Santa Cruz es trono para Nuestro Señor Jesucristo. Tan
noble Rey venció en ella al pecado y la muerte, no al modo humano, sino al
misterioso modo divino. Jesús cargó con la Cruz y nos invita a que cada uno de
nosotros lo imitemos también en esto. No hay camino sin Cruz. Dios regala la
Cruz a quienes ama, a quienes quiere regalar también con muchos otros bienes.
Ese es el sentido de las palabras del Apóstol: “No quiero otra cosa que Jesús y
Jesús crucificado.”

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios;
al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla
se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre.
En la Cruz nos encontramos y unimos a Cristo. Busquémoslo
siempre allí. Él, con sus brazos extendidos, nos espera para regalarnos el
abrazo de su infinito amor.
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