José Joaquín León
Día 18/04/2011. Publicado en Diario de Sevilla
No hay en el mundo otra ciudad como Sevilla con tanta capacidad para adaptar los espacios urbanos y reconvertirlos en escenario sutil y maravilloso para las cofradías. Sólo que unos escenarios son más maravillosos que otros, eso sí. Pero si decimos que Sevilla es una ciudad de contrastes, será por algo. Será porque es capaz de vivir un Domingo de Ramos tan extraordinario como el de ayer. Y hacerlo desde espacios radicalmente diferentes; por ejemplo, desde una antigua puerta ojival hasta unas estrafalarias Setas recién inventadas.
A las 12:36, en la calle Arfe, vi al primera nazareno, que era uno prematuro de Jesús Despojado. Si hubiera ido al Porvenir lo hubiera visto antes, porque a la una de la tarde ya estaba saliendo la cruz de guía de la Paz. Hacía un sol de justicia. No importaba, porque es justo que el Domingo de Ramos sea soleado, aunque sea tiempo de playa, con unos 30 grados a la sombra y algunos más al sol. Eso lo notaron ayer no sólo las personas que abarrotaban las calles sevillanas en esas primeras horas de la tarde, sino muy particularmente los integrantes de los cortejos: los nazarenos que buscaban aire a través del antifaz, los costaleros que buscaban aire al otro lado de los faldones, los acólitos derretidos como la cera, los músicos que tocaban con cara de asfixiados... Todos.
En San Julián había un ambiente magnífico. Lleno absoluto en la sombra, pero también en el sol. Soplaba, de tarde en tarde, una ráfaga de brisa de origen desconocido. Desde las dos de la tarde iba entrando en el templo, hacia el otro lado de la puerta ojival, un río de nazarenos, que llegaban tan acalorados como ilusionados. Al menos podían salir con el consuelo de que Emasesa había instalado en su itinerario dos puestos de avituallamiento (sic) para dar de beber agua al sediento nazareno o nazarena que lo precisare: en la Alameda (a la ida) y en la Encarnación (a la vuelta). Cuando se abrió la puerta de San Julián, a las tres de la tarde, hubo una ovación. Por fin empezaban a salir los 1.200 nazarenos (entre los que había unas 400 hermanas).
La Semana Santa está llena de ritos. En esta salida de la Hiniesta es costumbre que, antes de salir el Cristo de la Buena Muerte a la calle, la banda del Carmen de Salteras, que acompaña al palio, toque en su honor las marchas Hiniesta, de Peralto, y Cristo de la Buena Muerte. El paso empieza así a moverse, hasta que cruza la puerta ojival y suena la Marcha Real. Entonces toma el relevo la Agrupación Santa María Magdalena, de Arahal, que empezó a salir tras el paso del Cristo de San Julián en 1976 y cumplió ayer, por tanto, 35 años siguiéndolo.
Otra costumbre respetada es que el alcalde de Sevilla presida el paso de palio. Alfredo Sánchez Monteseirín regresó a la ciudad desde Treviso, donde había acudido a ver al Cajasol de baloncesto, para cumplir ese rito en su último año de alcalde. A su lado iba Juan Ignacio Zoido, candidato del PP, que como es el líder de la oposición municipal puede salir en virtud de ser concejal, a diferencia de Juan Espadas, que todavía no lo es y no puede salir. Así que Zoido saludaba por su cuenta. Y Monteseirín también.
La salida del paso de la Virgen de la Hiniesta fue muy emocionante. Siempre lo es, porque parece que no va a pasar y pasa, que diría Rodríguez Buzón. Pasó la ojiva de piedra, sin rozar un varal, justísimo, como mandan los cánones. Y cuando el paso quedó arriado, los capataces Rafael y Pedro Ariza Moreno recibieron un montón de abrazos y felicitaciones. Se les notaba la emoción en el rostro, con las lágrimas casi saltadas, pues el capataz de ese paso de palio era Rafael Ariza Sánchez, que seguro que este año también dio algunas instrucciones, y ayudaría a que no rozara ni un varal, pero ya desde el cielo.
La Semana Santa se hace de momentos que son sentimiento puro para quienes los viven, como éste, o como el que tuvieron los miembros de la Banda Nuestra Señora del Carmen de Salteras, al estrenar la marcha Hiniesta de Sevilla, obra de su subdirector, Manuel Cabalgante, que no pudo estar presente por encontrarse convaleciente.
Por eso mismo que hay sentimiento, buscamos los lugares que hemos recorrido otras veces, en otros Domingos de Ramos que hoy son recuerdo y que contrastan con éste, que ya es realidad. En la esquina de Gerona con Doña María Coronel estaba revirando la Virgen del Subterráneo, a los sones de La madrugá, mientras la Banda de Tejera, que la acompañaba, se encargaba de demostrar el magnífico nivel musical que tiene. La Virgen recorrió después la calle Doña María Coronel, abarrotada, con el azahar ya casi quemado en los naranjos, pero la lástima fue que recorrió a tambor casi toda la calle.
Pienso yo que es mejor tocar las marchas en Doña María Coronel y el tambor en la calle Imagen, una precursora horripilante de las Setas, que hacerlo al revés. Por las setas pasó el primer paso seteado de la Semana Santa, que fue el de la Cena. El segundo fue el Cristo de la Humildad y Paciencia. Veo la capilla musical y la escolanía y pienso que tocar unos pitos tipo Silencio ante las setas sería pecado mortal, o lo debería ser.
A las setas, visto que no hay remedio, habrá que buscarle su utilidad. Os digo una que tiene: una escalinata que se parece al Fondo del Pizjuán en otros tiempos. Y la mejor es una balconada, la que da a la calle Alcázares, ideal para ver una cofradía cuando va de vuelta hacia el convento de las Hermanitas de la Cruz, porque además se mira hacia abajo y no se ven las setas.
Después pasó San Roque bajo las setas. Con las sillas de los pobres vacías, como ocurrió con La Cena. Esa utilidad está aún por descubrir, según parece. San Roque es un ejemplo de las habilidades cofrades. Siempre resulta lucidísima bajando por la calle Imagen, aguanta hasta eso. La Virgen de Gracia y Esperanza iba señorial por Ponce de León, a los sones de Soleá dame la mano, que tocaba la banda de las Nieves de Olivares, mientras le daba el sol a tutiplén y sudaban la gota gorda.
No sólo de viejas puertas ojivales y de recientes Setas vive la ciudad, también de puentes que cruzan el río. Ese es el territorio de la Estrella, que ocupa el Domingo de Ramos el tiempo y el espacio entre Triana y Sevilla (río inclusive). En San Jacinto, a los ojos de todos, importa menos este día tan soleado, porque allí sólo brilla una Estrella.
Y cuando se pone el sol, nos quedan la Amargura y el Amor. Ahí es nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario