El caserío de lo que fue Sevilla la Roja confoma un itinerario por el que brilla la cofradía en un intimismo multitudinario. Ese embrollo de callejas arranca en el convento de Santa Isabel, que fue antes el hospital donde se fundó esta hermandad
Luis Carlos Peris
Día 17/04/2011. Publicado en Diario de Sevilla.
Se alza el telón de la gran celebración, de la mayor ópera urbana que se representa en el orbe y la inmensa mayoría se centra en un viaje desde el Puente a la Alameda, desde Triana al corazón de la Sevilla de siempre, pero en esta serie de Rincones con Encanto conviene ir descubriendo enclaves que sólo conocen los iniciados, mayormente los muy iniciados. Y arranca el serial con una visión como de otro tiempo, con esa especie de slalom de la cofradía de la Hiniesta por los callejones que la conducen a casa después de nueve o diez horas por las calles de la ciudad.
El periplo tiene su comienzo cuando la Hiniesta acaba de dejar la multitudinaria intimidad bajo los naranjos de Doña María Coronel y emboca San Marcos para virar a Vergara y meterse en ese laberinto que empieza con el convento de Santa Isabel. Convento fundado por Isabel de León poco antes del Descubrimiento de América y que es habitado por religiosas filipenses. Este convento tiene un retablo fantástico obra de Juan de Mesa, así como un crucificado también salido de la gubia del genial imaginero cordobés.
Y superada la trasera del edificio conventual ahí empiezan las dificultades. Ya es Hiniesta para lo que guste mandar, una especie de prueba del nueve para capataces y también para unos costaleros que no siempre pisarán donde esperaban o lo que esperaban. Entramos en el corazón de lo que se dio en llamar Sevilla la Roja, el cogollo obrero donde intentaron sin éxito ocultarse los que no comulgaban con la insurrección militar del 18 de julio de 1936. Una Sevilla la Roja que ya nada tiene que ver, pues su caserío se renovó o se rehabilitó hasta hacerlo muy diferente.
Ese enclave era conocido como Callejas de Rascaviejas hasta que en 1845 fue bautizado como Hiniesta. Veinte años después, uno de sus ramales fue denominado Lira; este ramal arranca de un ensanche a mitad de recorrido y que fue lo que le dio el nombre de Rascaviejas, plaza de Rascaviejas. Y en este ensanche es cuando la cofradía de la Hiniesta ha de abandonar para buscar por Lira, Juzgado, Moravia y San Julián. No hubiera sido posible continuar por la estrechez de la calle que tomó el nombre del hospital cercano que, posteriormente, le daría el nombre a la Virgen de la Hiniesta, una obra cumbre de Antonio Castillo Lastrucci.
Castillo, primero en la calle Quesos, hoy Antonio Susillo, y después en su gran taller de San Vicente, fue el encargado de restituirle a la hermandad de San Julián las imágenes que la barbarie de los años treinta le había quitado mediante los incendios intencionados de su iglesia. Puede decirse que Antonio Castillo Lastrucci fue el hombre que más hizo por reponer aquella imaginería de nuestra Semana Santa que se llevó por delante el tiempo prebélico de los treinta. Y se da el caso de que hasta hace poco fue hermano mayor de esta cofradía uno de los nietos de Castillo, el hoy presidente del Consejo de Cofradías, Adolfo Arenas y Castillo por su madre.
Pero yendo a este rincón con tanto encanto, con tanto intimismo, con tanta sevillanía, hay que incidir en que el discurrir de esta cofradía por este laberinto roza lo milagroso y entra de lleno en lo inverosímil. Y es que la gente no cabe ya desde San Marcos hasta Lira, pero es que por Lira caben sólo los pasos y el cortejo blanquiazul que va, sin prisas y desafiando obligadamente las urgencias que aconseja la norma, para encontrar esa tierra prometida que se le aparece cuando llega a Juzgado.
¿Qué hora será por entonces? Sí se sabe a qué hora embocará Vergara la Cruz de Guía, pero ni idea de qué dirá el reloj de San Julián cuando el palio de la Hiniesta supere el dintel de su casa. El tiempo se habrá parado por ese dédalo urbano, que no es sólo una sino varias las callejas que conforman la collación del Horno de Rascaviejas. González de León destaca que en el Siglo XIX existía un considerable número de casas rodeadas de hermosos jardines y Gómez Zarzuela afirma que en uno de esos jardines parió Francisco de Rioja sus inimitables silvas.
En ese ensanche de mitad de la calle se ha efectuado una rehabilitación del caserío muy respetuosa con lo que eran esas casitas de Sevilla la Roja. Escaleras de caracol, patios recoletos, azotea como tercera planta, todo muy en consonancia con lo que era, sobre todo las de su acera izquierda, que serán las últimas casas de Hiniesta que puedan ver a la Hiniesta por razones obvias de limitación del espacio. Puede afirmarse que quien no ha visto a la Hiniesta por Hiniesta no sabe lo que se ha perdido, pero está a tiempo y esta noche es el momento.
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