domingo, 18 de marzo de 2012

Domingo de Laetare

S.S. Benedicto XVI


Hoy IV Domingo de Cuaresma, es un Domingo excepcional, junto con el III Domingo de Adviento, pues difieren en algunas de las características propias de cada tiempo. Una de las características en las que reconocemos esta distinción está en el color propio de la liturgia, que es el rosado. Se denomina este Domingo de “Laetare", debido a la antífona gregoriana del Introito de la Misa, tomada del libro del Profeta Isaías (Is. LXVI, 10):

Lætare, Jerusalem: et conventum facite omnes qui diligitis eam: gaudete cum lætitia, qui in tristitia fuistis: ut exultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestræ.   

Regocíjate, Jerusalén, vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría, los que con ella hicisteis duelo, para mamar sus consolaciones; para mamar en delicia a los pechos de su gloria.

El salmo que se escucha en la misa es el 121,1: ¡Qué alegría tan grande la que tuve cuando oí que dijeron: ¡Andando ya, a la casa del Señor!   

La liturgia de este Domingo se ve marcada por la alegría, ya que se acerca el tiempo de vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, durante la Semana Santa. Al igual que el tercer Domingo de Adviento "Gaudete", se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, con algunas particularidades:

1.- Predomina el carácter alegre (litúrgicamente hablando).   
2.- Se usa color rosáceo en los ornamentos (siempre que esto sea posible).   
3.- Los ornamentos pueden ser más bellamente adornados.   
4.- Los diáconos pueden utilizar dalmática.   
5.- Se puede utilizar el órgano.

Se recomienda en este domingo tan especial las siguientes cuestiones:

1.- Hacer un acto de penitencia (de preferencia, ofrecerlo durante la Semana de la cual este Domingo es comienzo, en reparación por nuestros pecados y los del mundo).   

2.- Acudir a la confesión sacramental, previo acto de contrición y examen de conciencia.

3.- Hacer el propósito de cantar los cánticos de la Santa Misa sin acompañamiento, es decir, sin ayuda de ningún otro instrumento más que la voz. Con ello, prepararemos el corazón en el silencio y la sobriedad para vivir la alegría de la Resurrección del Salvador.

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