Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo la solemnidad del Corpus Christi, en la que todos estamos convocados a renovar nuestra fe en el sacramento eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana. En este día de gozo todos estamos invitados a adorarlo, a aclamarlo en nuestras calles y a ir caracterizando nuestra vida como una existencia eucarística, modelada y conformada por este augusto sacramento. En esta solemnidad, celebramos también el Día de la Caridad, el Día de Caritas, la institución de la Iglesia al servicio de los más pobres. No es una mera coincidencia: la Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad.
Los tres últimos años están siendo especialmente duros para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica que padecemos. Los técnicos y voluntarios de Caritas nos dicen que están desbordados. Han aumentado espectacularmente las demandas. Cada vez son más las personas que solicitan ayuda para pagar la hipoteca, el alquiler de su vivienda, los recibos de la luz y del agua, mientras las parroquias reclaman a Caritas alimentos para distribuir… Estamos ante lo que algunos han llamado con razón una verdadera emergencia social, que genera dolor, desesperanza, múltiples sufrimientos y frustración, que afecta también al personal de Caritas, que se ve impotente ante tantas situaciones de dolor, a las que no puede dar la respuesta que desearía porque los recursos escasean.
A pesar de todo, Caritas es en esta coyuntura un signo cierto de esperanza, tal vez el único para quienes, después de llamar a muchas puertas, han perdido las razones para seguir esperando. Caritas es lugar de esperanza, porque sus voluntarios, técnicos y socios están persuadidos de que su mejor tesoro no es el dinero o los alimentos que distribuyen, sino Jesucristo, en el que se nos ha manifestado el amor y la misericordia del Padre providente y bueno. Él se presenta ante su pueblo como el ungido por el Espíritu y “enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos, a devolver la vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Fundados en Él, escuchando su palabra que nos dice: “dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13), ven en el rostro de los pobres el rostro doliente de Cristo, y les sirven con entrega generosa, conscientes de que al servir a los pobres están sirviendo al mismo Señor.
Ellos, como Jesús, que curaba las heridas físicas y morales, que consolaba a los tristes, devolvía la vista a los ciegos, hacía andar a los cojos y devolvía la vida a los muertos, venciendo la apatía o la indiferencia ante el hermano que sufre, generan signos y gestos de esperanza y son para los pobres una ventana abierta hacia el futuro. Como el Buen Samaritano ofrecen gratuitamente signos de compasión y de misericordia, gestos de verdadero consuelo, de cercanía, de cariño, de entrega, de escucha, de servicio, signos que muestran que para nosotros los pobres son nuestros hermanos, los preferidos de Jesús. Con humildad y confianza en la Providencia, ellos y nosotros, toda la comunidad diocesana debe ofrecer signos que devuelvan la ilusión y la alegría a quienes la han perdido, signos de austeridad en una sociedad marcada por el consumismo, signos en los que se haga patente que no sólo compartimos lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario, que es la prueba más palpable del verdadero amor.
Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros, hoy más que nunca, signos que vivifiquen, que hagan visible que podemos vivir de otra manera, más austera, más fraterna y solidaria, que otro mundo es posible, el mundo soñado por Dios, fermento de la nueva humanidad.
Al mismo tiempo que invito a todos a ser generosos en la colecta de este domingo, destinada a Caritas, termino mi carta semanal agradeciendo a los voluntarios y responsables de Caritas Diocesana y de las Caritas parroquiales su entrega y los excelentes servicios que prestan a través de sus programas a los transeúntes, inmigrantes, parados, enfermos de Sida y familias desestructuradas. Pido de nuevo a los sacerdotes que creen la Caritas parroquial en aquellas parroquias en que no existe, pues a la evangelización y a la celebración de la fe, le falta algo esencial si prescindimos de la diakonía de la caridad. A todos os invito a seguir fortaleciendo la genuina identidad cristiana de nuestras Caritas y a cuidar los fundamentos sobrenaturales de nuestro compromiso fraterno. En la Eucaristía, vivida, celebrada y adorada, encontraréis cada día la fuerza para seguir ofreciendo a nuestros hermanos más pobres motivos de esperanza en un futuro mejor. Haréis así real el lema de la campaña de este año: “La Eucaristía, vida y fortaleza del voluntariado cristiano”.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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