jueves, 9 de julio de 2020

Formación

 La fe nace de la fidelidad en Dios

Decíamos ayer que según palabras de Juan Pablo II, la fe era el contenido de una esperanza. Y ahondando en el tema, la fe llena de contenido la esperanza como virtud teologal. Para el catecismo de la Iglesia: “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.”

Ahora bien, el cristiano recibe la fe de alguien, y éste a su vez, la recibió de otro… Dios se revela a su pueblo y el pueblo de Dios transmite su palabra, de generación en generación. Por consiguiente, nunca se trata de una experiencia aislada. Nadie adquiere la fe por sí mismo. Por ello mismo, el cristiano tiene la obligación -siguiendo el mandato del propio Jesús en el Evangelio (Mt 16, 15-18)- de transmitir la fe a sus hermanos. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo.

Cada creyente somos la piedra sobre la que se asienta la fe de otro creyente, y a su vez nuestra fe se asienta en la de nuestros mayores y ascendientes… Pero, además si sabemos que Dios es amor, y el Reino de los cielos se alcanza con el amor a Dios y al prójimo, debemos entender también que nuestro amor a Jesucristo y a nuestros hermanos debe impulsarnos a transmitir el tesoro de nuestra fe de esperanza a ellos. Al compartirla nos enriquecemos, y abrimos las puertas de la vida eterna a los demás.

La carta a los Hebreos 11, 1, dice: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. Y la Madre Teresa de Calcuta: “del silencio nace la oración, de la oración nace la fe, de la fe nace el amor, del amor nace la entrega y de la entrega la paz”.

Por todo ello, cuando dudamos de nosotros mismos, indirectamente también duramos de la fuerza de Dios, que todo lo puede en nosotros… Nuestra expectativa debe estar en Él, más que en nosotros. En su fidelidad y en su misericordia interminable. Tener fe en Dios y en el reino que Él nos promete es fiarse de Jesús, fiarse de nuestro maestro… Es fácil dudar de Dios si nuestra mirada se concentra en las dificultades y en los problemas, pero si se concentra en Él todo se vence y nuestra esperanza no puede nacer más que de la palabra suya, la palabra de aquél que dio todo por amor. Para ello, contamos con la ayuda infinita de María, su madre, nuestra madre… y como decíamos ayer, Madre de Esperanza.

 Carlos Castro Arroyo

Mayordomo Segundo


 

 

 


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