jueves, 25 de junio de 2020

Formación

Nuevas Letanías Lauretanas

El Papa Francisco, el pasado hace muy pocos días ha modificado, por decreto, las Letanías Lauretanas del Santo Rosario, para incluir la invocación a la Virgen María como Mater Spei,  Madre de Esperanza (junto con Consuelo de los migrantes y Madre de la Misericordia).

En esta triste época de pandemia, temor y oscuridad se hace casi imposible no recurrir a Nuestra Madre, intercesora y abogada nuestra como ancla y vida, depósito inagotable de esperanza…

Pero, ¿Qué es… cómo definir la esperanza?

La esperanza, como signo vital, aprendemos de niño que es lo último en perderse, el último hilo que lucha por sostener algo que deseamos. Todos hemos sentido que un proyecto de nuestra vida naufragaba, y nos aferrábamos  a él, fiando su supervivencia a la ilusión  tan grande con la que lo concebimos, y nos parece imposible que pudiese perecer. Todos hemos estado a los pies de una cama, tras oír un diagnóstico aciago y nos abandonamos a la oración y al amor, tan inagotable, que se tiene aún ser querido, pensando que nuestro cuidado y nuestro amor sería más fuerte que el destino o la enfermedad. Todos hemos soñado con la caricia de esa mano amiga a la nuestra, que te apretaste la tuya -sin pedirlo- cuando la necesitábamos, cuando estamos abatidos.  O incluso, ese abrazo sin motivos  y por sorpresa, que siempre ansiamos sentir, porque tantas veces dimos con la esperanza de recibirlo. Todos hemos querido,  hasta agarrarnos a una utopía imposible,  que sólo alberga nuestro corazón  y nunca vemos imposible del todo…

Y en todos esos momentos,  María, nuestra Madre ha estado con nosotros. Nos dio luz y consuelo, paz y fuerza para no caer, para no derrotarnos nunca del todo…

La esperanza, como virtud teologal, es más trascendente, va más allá. Es un don. Por ella, sabemos que aspiramos al Reino de los cielos. Es una semilla que recibimos en el bautismo y germina en nos. Gracias a ella, sabemos que nuestra vida no acaba con la muerte  porque el alma nunca muere… y la vida es eterna. Lo sabemos por aquel fruto de la Virgen,  lo sabemos por Jesús y nos fiamos de manera incondicional de su palabra.

Va más allá de aquel proyecto vital se desvanece  de aquella caricia que esperamos desesperadamente, de aquella despedida al ser que amamos, de aquel sueño derrotado…

Aspiramos a volver a abrazar a los que se fueron. A volver a soñar y amar eternamente  A amar, siempre, y por encima de todo.

Muramos, pues, a Nuestra Madre, como Portal de esa Gracia, Madre del Verbo encarnado,  Puerta de la Gloria, Causa de la nuestra alegría y Esperanza nuestra. Y recordamos  aquella definición definitiva de la fé que nos dejó, para siempre, el inolvidable peregrino de la paz: “La fé es el contenido de una esperanza" (Juan Pablo II).

Carlos Castro Arroyo

Mayordomo Segundo



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