jueves, 18 de junio de 2020

Formación

 Dios se convierte en nuestro huésped


 Pasó la celebración del Corpus Christi, pero el Cuerpo de Jesús se queda. Se queda para siempre. Se queda con nosotros, porque así lo quiso Él. Él quiso entregarse pleno, y humano, materia pura, carne que se nos da para siempre. Y se nos da para alcanzar la vida eterna (“quien coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre”, Jn 6, 52-59). Y se nos da en cada Eucaristía. Porque es el Sacramento que contiene a Dios, verdaderamente cuerpo y sangre, aunque en apariencia sea pan y vino.

En la Comunión está el mismo que nació en un pesebre, anduvo sobre el Mar de Galilea, caminó con nuestra cruz por la Vía Dolorosa, murió en el Gólgota y resucitó al tercer día. Él se convierte en huésped nuestro, y viene a habitar en sustancia en nuestro interior, como ya habita su Palabra.

La palabra Eucaristía significa “acción de gracias”. Pues Jesús dio las gracias al Padre, cuando la instituyó. Y nosotros damos las gracias a Él por entregarse a la humanidad. En cuerpo y alma. Ese es el Dios en que creemos los cristianos. Nunca debemos olvidarlo, el Dios del perdón infinito, el que se entrega sin condiciones, el del perdón inagotable, el de las manos abiertas, el que integra y nunca excluye, el del amor eterno.

Todas esas cualidades, que diferencian nuestro Dios –único y verdadero- del resto, se encuentran en esa en entrega del Señor en el Sacramento de la Eucaristía. Es la demostración del amor sin límites, para habitar indefenso e infinito dentro de nosotros. Cómo, también,  luego y más tarde daría ese unívoco testimonio en la cruz. Por eso, no debemos olvidar que nuestro Dios es aquél que dijo: “El que esté libre de pecados, que tire la primera piedra” (Jn 8, 1-7), “No juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6, 36-38) e incluso “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc 2, 13-17), porque se nos olvida frecuentemente, o pasa desapercibido. Y lo más importante de todo: a Él se le ama, amando a nuestros hermanos. Por eso si queremos seguirle, debemos amarle a través del amor al prójimo, con el alma. Con el alma que nunca muere… Dios es amor. Y nada, absolutamente nada, es más fuerte que el amor.

Carlos Castro Arroyo

Mayordomo Segundo

 

 

 


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