Dentro
del documento de Orientaciones
Pastorales Diocesanas 2016 – 2021, empezamos a desglosar sus distintos apartados, así en su primera parte
titulada La mirada del espíritu
misionero veremos sus cuatro primeros epígrafes de los ocho que componen
esta primera parte del documento.
Una cultura urbana en una gran ciudad es el primero de ellos y en
el mismo se explica cómo Sevilla siendo la cuarta ciudad española en cuanto a
población tiene como símbolo de la urbe cristiana a la Catedral y a su
inconfundible Giralda, pero también en esta torre vemos el icono de una ciudad
nueva que emerge con la cultura urbana moderna que nos desafía. La ciudad
ofrece al hombre muchas posibilidades, pero también existen muchas formas de deshumanización. La ciudad ha
cambiado los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia de las
personas, la familia, la vecindad y la organización del trabajo. El hombre
urbano actual es distinto del hombre rural: confía en la ciencia y en la
tecnología, está influido por los grandes medios de comunicación social, es
dinámico y proyectado hacia lo nuevo, consumista y audiovisual. Convive con una
variedad de creencias espirituales, experiencias religiosas, valores éticos,
ideas políticas e imaginarios culturales que, junto a la vigencia cultural del
catolicismo, alimentan una diversidad religiosa creciente. La Sevilla de hoy
está formada por barrios céntricos y periféricos, así como por municipios
cercanos a la capital. En todos estos lugares se ha producido un gran cambio en
aquella cultura de la vecindad propia del barrio, que propiciaba la relación y
el conocimiento del vecino. Hoy esas relaciones permanecen si uno quiere,
porque a la vez se han instaurado otras formas de convivencia marcadas por la
indiferencia y el desconocimiento entre quienes se ven con frecuencia en las
mismas calles. Un rasgo de nuestra ciudad es la periferia de la pobreza, que
afecta a un gran número de habitantes, y es el resultado de procesos sociales
prolongados y excluyentes, que en vez de mejorar se han agravado con el paso
del tiempo. La mentalidad urbana ha llegado a todas partes y borra, en alguna
medida, las fronteras entre el pueblo y la ciudad, provocando los llamados
procesos de urbanización de los espíritus. Sin exagerar y con matices, parece
que todos viviéramos en la ciudad.
En
Sevilla y sus pueblos las múltiples manifestaciones de la piedad popular,
privada y pública, atestiguan la presencia de la religión en la vida de muchas
personas, formando parte de nuestra identidad cultural.
El peso de la crisis
económica ha hecho
sentir su peso con mucha intensidad, destruyendo empresas y tejido productivo,
con la triste consecuencia del paro de larga duración, y la grave dificultad de
muchos jóvenes para acceder al mundo laboral con un trabajo digno y poder trazar
un proyecto de vida personal y familiar. Los motivos de la crisis del estado
del bienestar son múltiples: su financiación no cuenta con tasas de crecimiento
económico suficiente; el cambio demográfico y la mayor esperanza de vida han modificado
la ratio entre la población ocupada y la población dependiente. Los procesos de
globalización económica y financiera, para los 26- Orientaciones pastorales
diocesanas- 2016/2021 que lo más importante es la ganancia y la rentabilidad,
someten a las economías nacionales a dependencias globales y les quitan
autonomía de acción. Existe hoy una nueva pobreza no solo en los individuos,
sino de los Estados y de las instituciones autonómicas y municipales, que ya no
son capaces de financiarse ni de mantener las necesarias prestaciones sociales.
La crisis del sobreendeudamiento pone en peligro el sistema económico y social
en su totalidad. Se ha generado una cultura del subsidio pasivo. El papa
Benedicto vio con claridad estos procesos, que también son exigentes para la
comunidad cristiana. Esta es su reflexión: “El Estado que quiere proveer a
todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia
burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido –cualquier
ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es
un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye,
de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las iniciativas que surgen de las
diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los
hombres necesitados de auxilio.
Una secularización
creciente nos abre un
horizonte donde se están dando muchos procesos que tienden a romper la
continuidad de la tradición espiritual cristiana y católica, para instalarnos
en un contexto cultural nuevo.
Se
impone, de forma casi exclusiva, un pensamiento racional, instrumental,
técnico, orientado en cuestiones prácticas al éxito económico y al consumo. Son
muchos los que se instalan en el indiferentismo religioso y lo expresan
diciendo: “no creo en nada, ni falta que me hace”. Desconfianza hacia todo lo
tradicional, unida a una obsesión por el cambio y la innovación. Manipulación
partidista de la historia con datos falsos o tendenciosos, ordenados a
erosionar el prestigio cultural y social de la Iglesia y del cristianismo.
Crece la agresividad de grupos e instituciones laicistas contra la Iglesia, con
la intención de que el laicismo sea la única ideología que tenga carta de
ciudadanía en la vida pública. 28- Orientaciones pastorales diocesanas-
2016/2021 Tendencia a equiparar las diferentes religiones, desconociendo la
especial importancia e influencia benéfica de la fe católica en la cultura
española. Aceptación, a veces ingenua, de las nuevas ideologías anticristianas
y antirreligiosas, que conducen a costumbres morales, antes o después
reconocidas por las leyes estatales, que contrastan frontalmente con la ética
católica. La exaltación del sexo como diversión, privado de su relación
esencial con el amor y la fecundidad, exento de toda norma moral, fenómeno que
aleja a muchos jóvenes de la Iglesia y de la experiencia religiosa. Todo ello
se está haciendo recurriendo ilegítimamente a políticas intervencionistas y
autoritarias, que pasan por alto los derechos primarios de los padres en la
educación de las nuevas generaciones. Sufrimos la presión de minorías radicales
que utilizan la política y los medios de comunicación para imponer sus puntos
de vista y transformar la mentalidad y la vida de los españoles.
Persiste una cultura
católica, a pesar de la
fuerte secularización imperante entre nosotros, no se puede negar que todavía
persiste una importante cultura católica, con todas las imperfecciones y fallos
que se quieran, pero con una presencia innegable en los individuos y en las
familias, y con un despliegue social variado y rico en muchos campos de la vida
social.
Queda
una Iglesia que aún ejerce influencia en la conciencia y el comportamiento de
muchos, ahora de una forma singular a través del papa Francisco, y surgen
nuevos grupos que aprecian y fortalecen su fe, defienden a la Iglesia y
trabajan por hacer valer la tradición cultural cristiana entre nosotros. En
resumen, de la cultura católica queda mucho en los sentimientos, bastante en el
pensamiento y menos en las costumbres.
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