Dentro del documento de Orientaciones Pastorales Diocesanas 2016 – 2021, continuamos desglosando sus distintos apartados, así en su primera parte titulada La mirada del espíritu misionero veremos los cuatro últimos epígrafes de los ocho que componen esta primera parte del documento.
Los impactos de la secularización al interior de la Iglesia. El secularismo cultural ha producido sus impactos al interior de la Iglesia, dando lugar a una situación de complicidad de parte del mundo católico con la cultura dominante. Existen serias debilidades internas que se manifiestan en la secularización espiritual dentro de la comunidad cristiana, la indolencia apostólica, el clericalismo, un laicado poco organizado y escasamente presente en la vida pública, el enfriamiento del fervor religioso de muchos cristianos, la escasez de candidatos para el ministerio sacerdotal y la vida consagrada, el abandono en masa de la práctica sacramental, que ha llevado a bastantes a la indiferencia y a la lejanía.
La situación del pueblo cristiano. Si bien contamos con muchos sacerdotes, miembros de la vida consagrada, y fieles laicos que de forma corresponsable asumen con generosidad las múltiples tareas de la evangelización y con muchos cristianos fervorosos, también hay muchos bautizados alejados de la Iglesia y cada vez más conciudadanos que no han recibido el anuncio del Evangelio. Nos encontramos con que más allá de los fieles habituales de nuestras parroquias, hay ya legión de bautizados, para los que la fe en Jesucristo cada vez significa menos, y que muchos adolescentes y jóvenes crecen en una tranquila indiferencia en relación con la religión. Existen también cristianos que viven en zonas intermedias, ni dentro ni fuera de la Iglesia: Ni creen del todo, ni han dejado de creer del todo. Viven confusos, inseguros, llenos de dudas y de reservas sobre la Iglesia. Sin embargo, siguen sin desligarse de su adhesión a Jesucristo, alejados de la práctica sacramental, pero conservando en su corazón la memoria de la fe. Es necesario superar la mentalidad del “todo o nada”, que pretende situarse en un mundo donde todo esté claro y bien distribuido, dentro de la Iglesia los creyentes y practicantes, fuera de la Iglesia todos los demás. Hoy nuestra sociedad no es así, y los bautizados tampoco.
Es necesario despertar. No faltan voces autorizadas en la Iglesia que advierten que en España no hemos logrado todavía despertar un movimiento auténticamente evangelizador y misionero, con clara conciencia de sus exigencias personales y comunitarias, espirituales y apostólicas tal como requiere la situación actual. Probablemente muchos de los que tenemos hoy responsabilidades en la vida de la Iglesia no hemos comprendido todavía lo serio de la situación, y seguimos haciendo las cosas tal y como han venido haciéndose hasta ahora. La amenaza del laicismo no nos debe llevar hacia posiciones restauracionistas, que pretenden recuperar las formas antiguas, en las apariencias externas más que en el fondo de las cosas. Por este camino no seremos capaces de resolver los problemas actuales de las comunidades cristianas. Recuperar el vigor religioso, espiritual y misionero de la Iglesia es bastante más que restaurar las formas externas de décadas pasadas.
Reaccionar seriamente de manera eclesial y misionera. Es urgente redescubrir gozosamente una Iglesia en permanente estado de misión. Necesitamos promover entre nosotros un movimiento fervoroso y entusiasta de evangelización. Nunca debemos olvidar que la evangelización siempre se lleva a cabo bajo el signo de la cruz. Desde los orígenes el evangelio ha sido escándalo para los judíos y locura para los gentiles. La evangelización no puede pensarse sin conflictos y sufrimientos, los mismos que tuvieron que arrostrar los evangelizadores de los tiempos heroicos de la Iglesia y los de épocas posteriores. El Papa Francisco nos señala claramente cuál debe ser el interés que ha de movilizar nuestra respuesta misionera: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.”
Sólo a través de la conversión personal y la libre profesión de la fe cristiana de los bautizados, seremos capaces de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela, el trabajo, el tiempo libre, la salud y la enfermedad, las relaciones sociales, y las responsabilidades ciudadanas; todo ello con respeto, tolerancia y colaboración con nuestros conciudadanos de otros credos, o simplemente no creyentes. El camino no puede ser la polémica permanente entre los responsables de la Iglesia y los representantes de la cultura laicista. El pueblo cristiano evangelizado, viviendo normalmente su fe, será quien revise la cultura y la purifique.
Como conclusión podemos expresar que la Archidiócesis de Sevilla, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una “comunidad misionera”, en comunión con el Papa y con las Iglesias hermanas más próximas de Andalucía y de España. Hoy las nuevas tierras de misión son el mundo que nos ha tocado vivir, la cultura secularizada, las nuevas generaciones, la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Debemos tomar conciencia de que somos miembros de una Iglesia que debe ser verdaderamente evangelizadora y misionera, y actuar en consecuencia.
Los impactos de la secularización al interior de la Iglesia. El secularismo cultural ha producido sus impactos al interior de la Iglesia, dando lugar a una situación de complicidad de parte del mundo católico con la cultura dominante. Existen serias debilidades internas que se manifiestan en la secularización espiritual dentro de la comunidad cristiana, la indolencia apostólica, el clericalismo, un laicado poco organizado y escasamente presente en la vida pública, el enfriamiento del fervor religioso de muchos cristianos, la escasez de candidatos para el ministerio sacerdotal y la vida consagrada, el abandono en masa de la práctica sacramental, que ha llevado a bastantes a la indiferencia y a la lejanía.
La situación del pueblo cristiano. Si bien contamos con muchos sacerdotes, miembros de la vida consagrada, y fieles laicos que de forma corresponsable asumen con generosidad las múltiples tareas de la evangelización y con muchos cristianos fervorosos, también hay muchos bautizados alejados de la Iglesia y cada vez más conciudadanos que no han recibido el anuncio del Evangelio. Nos encontramos con que más allá de los fieles habituales de nuestras parroquias, hay ya legión de bautizados, para los que la fe en Jesucristo cada vez significa menos, y que muchos adolescentes y jóvenes crecen en una tranquila indiferencia en relación con la religión. Existen también cristianos que viven en zonas intermedias, ni dentro ni fuera de la Iglesia: Ni creen del todo, ni han dejado de creer del todo. Viven confusos, inseguros, llenos de dudas y de reservas sobre la Iglesia. Sin embargo, siguen sin desligarse de su adhesión a Jesucristo, alejados de la práctica sacramental, pero conservando en su corazón la memoria de la fe. Es necesario superar la mentalidad del “todo o nada”, que pretende situarse en un mundo donde todo esté claro y bien distribuido, dentro de la Iglesia los creyentes y practicantes, fuera de la Iglesia todos los demás. Hoy nuestra sociedad no es así, y los bautizados tampoco.
Es necesario despertar. No faltan voces autorizadas en la Iglesia que advierten que en España no hemos logrado todavía despertar un movimiento auténticamente evangelizador y misionero, con clara conciencia de sus exigencias personales y comunitarias, espirituales y apostólicas tal como requiere la situación actual. Probablemente muchos de los que tenemos hoy responsabilidades en la vida de la Iglesia no hemos comprendido todavía lo serio de la situación, y seguimos haciendo las cosas tal y como han venido haciéndose hasta ahora. La amenaza del laicismo no nos debe llevar hacia posiciones restauracionistas, que pretenden recuperar las formas antiguas, en las apariencias externas más que en el fondo de las cosas. Por este camino no seremos capaces de resolver los problemas actuales de las comunidades cristianas. Recuperar el vigor religioso, espiritual y misionero de la Iglesia es bastante más que restaurar las formas externas de décadas pasadas.
Reaccionar seriamente de manera eclesial y misionera. Es urgente redescubrir gozosamente una Iglesia en permanente estado de misión. Necesitamos promover entre nosotros un movimiento fervoroso y entusiasta de evangelización. Nunca debemos olvidar que la evangelización siempre se lleva a cabo bajo el signo de la cruz. Desde los orígenes el evangelio ha sido escándalo para los judíos y locura para los gentiles. La evangelización no puede pensarse sin conflictos y sufrimientos, los mismos que tuvieron que arrostrar los evangelizadores de los tiempos heroicos de la Iglesia y los de épocas posteriores. El Papa Francisco nos señala claramente cuál debe ser el interés que ha de movilizar nuestra respuesta misionera: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.”
Sólo a través de la conversión personal y la libre profesión de la fe cristiana de los bautizados, seremos capaces de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela, el trabajo, el tiempo libre, la salud y la enfermedad, las relaciones sociales, y las responsabilidades ciudadanas; todo ello con respeto, tolerancia y colaboración con nuestros conciudadanos de otros credos, o simplemente no creyentes. El camino no puede ser la polémica permanente entre los responsables de la Iglesia y los representantes de la cultura laicista. El pueblo cristiano evangelizado, viviendo normalmente su fe, será quien revise la cultura y la purifique.
Como conclusión podemos expresar que la Archidiócesis de Sevilla, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una “comunidad misionera”, en comunión con el Papa y con las Iglesias hermanas más próximas de Andalucía y de España. Hoy las nuevas tierras de misión son el mundo que nos ha tocado vivir, la cultura secularizada, las nuevas generaciones, la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Debemos tomar conciencia de que somos miembros de una Iglesia que debe ser verdaderamente evangelizadora y misionera, y actuar en consecuencia.
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