Santo Padre Francisco |
El pasado día 25 de diciembre, solemnidad de la
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, el Santo Padre Francisco desde el balcón
central de la Basílica Mayor de San Pedro de Roma dio el mensaje “Urbi et orbi”:
Queridos hermanos y hermanas, feliz
Navidad.
Hoy la Iglesia revive el
asombro de la Virgen María, de san José y de los pastores de Belén,
contemplando al Niño que ha nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el
Salvador.
En este día lleno de luz,
resuena el anuncio del Profeta:
«Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla del Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla del Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
El poder de un Niño, Hijo de
Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y en la
riqueza, es el poder del amor. Es el poder que creó el cielo y la tierra, que
da vida a cada criatura: a los minerales, a las plantas, a los animales; es la
fuerza que atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una sola carne, una
sola existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona las culpas,
reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien. Es el poder de Dios. Este
poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse
hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de entre los
muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios,
reino de justicia y de paz.
Por esto el nacimiento de
Jesús está acompañado por el canto de los ángeles que anuncian:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
Hoy este anuncio recorre
toda la tierra y quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados
por la guerra y por conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de
la paz.
Paz a los hombres y a las
mujeres de la martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada.
Sobre todo en la ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de
las batallas más atroces, es muy urgente que, respetando el derecho
humanitario, se garanticen asistencia y consolación a la extenuada población
civil, que se encuentra todavía en una situación desesperada y de gran
sufrimiento y miseria. Es hora de que las armas callen definitivamente y la
comunidad internacional se comprometa activamente para que se logre una
solución negociable y se restablezca la convivencia civil en el País.
Paz para las mujeres y para
los hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los
Israelís y los Palestinos tengan la valentía y la determinación de escribir una
nueva página de la historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a
la voluntad de construir conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y
armonía. Que puedan recobrar unidad y concordia Irak, Libia, Yemen, donde las
poblaciones sufren la guerra y brutales acciones terroristas.
Paz a los hombres y mujeres
en las diferentes regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo
fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la
muerte. Paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, para que
se curen las divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se
esfuercen para iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo
la cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.
Paz a las mujeres y hombres
que todavía padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde
es urgente una voluntad común para llevar alivio a la población y poner en
práctica los compromisos asumidos.
Pedimos concordia para el
querido pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y valiente camino de
diálogo y de reconciliación. Dicha valentía anime también la amada Venezuela para
dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las tensiones actuales y a
edificar conjuntamente un futuro de esperanza para la población entera.
Paz a todos los que, en
varias zonas, están afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e
injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para
favorecer la convivencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad
internacional, pueda dar la necesaria protección y asistencia humanitaria a los
que tienen necesidad extrema y urgente. Que pueda la península coreana ver
superadas las tensiones que la atraviesan en un renovado espíritu de
colaboración.
Paz a quien ha sido herido o
ha perdido a un ser querido debido a viles actos de terrorismo que han sembrado
miedo y muerte en el corazón de tantos países y ciudades. Paz —no de palabra,
sino eficaz y concreta— a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y
excluidos, a los que sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a
los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la
trata de personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas
de unos pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud.
Paz a los que están marcados por el malestar social y económico, y a los que
sufren las consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.
Y paz a los niños, en este
día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la
alegría de la infancia a causa del hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.
Paz sobre la tierra a todos
los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan, con discreción y
paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo más humano y
más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es posible un
futuro más próspero para todos.
Queridos hermanos y
hermanas:
«Un niño nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado»: es el «Príncipe de la paz». Acojámoslo.
[Después de la bendición]
Dirijo mi felicitación a vosotros, queridos hermanos y hermanas,
que estáis en esta plaza provenientes de todas las partes del mundo, y también
a los que de diferentes Países estáis conectados a través de la radio, la
televisión y por otros medios de comunicación.
En este día de alegría,
todos estamos llamados a contemplar al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a
cada hombre sobre la faz de la tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta
esperanza, testimoniando la solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.
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