lunes, 29 de marzo de 2010

Domingo de Ramos junto a la Hiniesta

Reproducimos un artículo publicado el lunes 29 de marzo de 2010 en ABC de Sevilla por Aurora Florez.

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A la Hiniesta hay que ir con Romero Murube y volver a imaginar calles, hoy flanqueadas de pisos, que el Domingo de Ramos se enjalbegaban para agarrarse al sol y al cielo azul de manto de la Virgen, que es filigrana de plata cuando vuelve a San Julián de noche por el Pumarejo y la calle Feria.

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Capirotes de su azul de raso, capa y cola, eran el paisaje que se movía en todo el entorno, con el calor y la estupefacción de una hora menos de sueño, sin interferir en la multitud alrededor del templo, único vestigio vivo y aglutinador de aquel barrio de trabajadores que se diluyó en los planes de vivienda. Pero apenas importaba nada más, era día de fiesta en San Julián, convertido en epicentro de uno de los primeros caminos de la jornada, estampa del primer Crucificado, que empezaba a salir a la calle cuando, por milagro puro de las leyes y los ritos de Sevilla, hacía su aparición, vivo y sobre una borriquita en El Salvador, mostrando la paradoja del camino más corto para escriturar en una sola jornada la historia de la Pasión de Cristo.

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Entre leve bulla, el figuroneo, las galas incalificables, los trajes de caballero en todas las gamas de oscuro y todos los tonos de beige, las jovencitas con vestidos palabra de honor, bullón a los muslos y tacón de plataforma; las señoras reivindicativas con carritos, los canis fervorosos, las cervezas en vasos de plástico con montaítos a «tutiplén», y las inevitables sillitas plegables de todas las filiaciones y precios, se hizo el Domingo de Ramos ante la ojiva de San Julián, a donde no llegaba el azahar de los nueve naranjos cuajados de la Plaza de la Moravia, pero no hacía ni falta, porque la Sevilla de su propia diáspora se había congregado para esperar a la «Virgen de advocación humana» del poeta.

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A las tres en punto, bajo el sol apabullante, hizo su aparición en las puertas la Cruz de Guía mientras la Agrupación Musical «Santa María Magdalena» de Arahal formaba en Duque Cornejo. «Huele a Semana Santa», dijo una niña chica en brazos de su abuela al ver los ciriales envueltos en incienso. Y de pronto, en la calle pudo verse a la Magdalena, la mejor figura secundaria de Castillo Lastrucci, mirando al Cristo de la Buena Muerte. Primera saeta y la marcha «Cristo de San Julián», y enfrente, en los balcones, los ancianos se limpiaban las lágrimas. Inmediatamente «Alma de Dios» para que el paso enfilara la calle a buscar la Campana.

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La gente se dispersa, va a los bares, repone Cruzcampo y vuelve a congregarse ante el templo. Una hora larga de calor desde que la banda de Cornetas y Tambores «Amor de Cristo» de San Juan empezara a abrir paso a la Cruz de Guía hasta que aparecieron los penachos de la Policía Municipal de gala flanqueando al alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, con cara de aparente satisfacción, en la presidencia del pasopalio. Junto a él, entre otros, su oposición, Juan Ignacio Zoido, con igual rostro ufano. La voz de los Ariza —«De frente, poco a poco»— volvieron a hacer retroceder el tiempo para atender al recuerdo de «la muchacha del barrio de San Julián que no sabía si reír o llorar», cuando la buscaba Joaquín Romero Murube.

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Ahí estábamos, mirando la ojiva, la piedra mordida, las gárgolas desmoronadas, los bloques de vecinos, el desarraigo, el reencuentro, mientras sonaban «Estrella Sublime», «Madre Hiniesta»... y el Domingo de Ramos empezaba a contar las horas con rapidez inexorable hacia delante. Ahí estábamos, sabiendo que era como siempre y que Romero Murube nos hablaba de la Virgen que percibíamos «tan blanquita, tan casera», la que parecía que «nos iba a hablar de nuestras cosas, de nuestro pan, de nuestra madre, de nuestro cariño». Y así era cuando la vimos salir ayer de San Julián, tal azul y plata, tan nuestra como siempre.

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