viernes, 5 de febrero de 2021

Como un espejismo


“Estos días azules, este sol de la infancia…”

Antonio Machado

La primavera aparece en Sevilla una tarde de domingo, da igual lo que marque el calendario. Llega a nosotros, justo, cuando los rayos del sol reflejan la plata que reluce sobre un terciopelo azul, mientras suena el  trío de La Estrella Sublime. Hasta entonces no. Por mucho que diga la ciencia. Tendremos, eso sí, su presentimiento, su vocación de sorprendernos… Pero, se quedará en presagios, que a veces –cierto- parecen ser más auténticos en nosotros que la primavera misma, hebras de nítida esperanza, horas permeables y fugaces de la víspera, que nos llevan a cielos, aromas, sonidos, retales de la memoria.

De pronto, brotan, y los vivimos como una ensoñación. Suele ser cuando entramos en el tiempo morado, cuando febrero avanza… La Virgen de la Hiniesta, baja de su camarín, se viste de Reina, abandona la capilla sacramental y nos recibe en el presbiterio. Junto al altar… Todo se adorna para Ella. No en vano, es en esos días cuando el azahar florece. Desde la flor del naranjo hasta las rosas que se regalaron por San Valentín. La luz que vence al invierno,  la prolongación cierta de los días, la vida misma… Son un regalo para Ella. Las joyas del talle, los claveles blancos, el lapislázuli de la corona, la letanía del rosario, las presencia que vuelve de los que se fueron, los recuerdos, la vigilia de los jóvenes, la cinta azul, la llama prometida, la oración de los niños a su vera, las noches de montaje, el cariño de su gente, el trabajo incansable de la priostía, la cera, el sentimiento eterno, los piropos, los sones lejanos de marchas que llegan de algún ensayo, las estrellas, la retama y el firmamento entero.

Nada es casualidad. Todo es un regalo. La ofrenda de la naturaleza, de sus hijos, del Creador mismo. Por eso se funden la nostalgia y la ilusión, la plata -más limpia que nunca- con el oro de los días, por eso el corazón tiembla y el alma canta por dentro. Por su belleza, por el añil de las páginas más bonitas de nuestras vidas, que son las que pasamos a su lado; por el panal de instantes de lo mejor de nuestra biografía, por su mirada perdida…

 Es febrero el mes más corto, porque es como un espejismo, la efímera felicidad que nunca se alcanza del todo.

Este año no viviremos noches de ensayos de costaleros, oliendo a pescaito y escuchando carnaval, este año el tiempo de las cenizas será distinto. Se hará más presente que nunca el “polvo eres y en polvo te convertirás”, en el boceto de carboncillo de la etapa monocromática que vivimos. Este año, no besaremos sus manos con nuestros labios.

Pero, volveremos a apretar las manos de quien queremos cuando la veamos a nuestra altura, volveremos a besar a quien llora recordando a su padre, a días de función votiva… Volveremos a mirar a nuestra Chiquitita, en la nave de la Epístola, volveremos a apretar la medalla de plata que nos regalaron, la que se llevó al cielo en el cuello para su último viaje aquella madre, volverán a nacer niños que tendrán su cumpleaños en sus días, y volverán a recibir el cordón azul y blanco de sus manos. Volveremos a declararnos amor infinito ante Ella, volveremos a buscar al Cristo de la Buena Muerte para grabar el negativo de nuestras devociones juntas en la misma fotografía de siempre. Volveremos a sentir que tenemos todo aquello que nos falta…



Olvidaremos la maleza de la pena, las ausencias, los rencores y el vacío… Porque Ella lo llena todo. Recordaremos los versos de Bécquer. Y dejaremos a su lado el áncora seguro de nuestra nave.

¿Quién puede dudarlo? ¿Quién dice que no la besaremos? ¿Quién teme? Nadie…

La besaremos. Un fin de semana entero. Un mes que nace para la Virgen de la Hiniesta. Besaremos sus manos… Y será con el alma.


Carlos Castro Arroyo

Secretario Segundo

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