viernes, 6 de enero de 2012

Navidad y Epifanía

Hiniesta Gloriosa

El 24 de diciembre comienza el tiempo de Navidad, que celebra los primeros misterios salvadores de la vida del Señor, misterios que son anuncio y comienzo de nuestra redención, que culmina en el Misterio de la Pascua. En este sentido las Normas Universales del Año litúrgico y del Calendario en el número 32 señalan: “después de la anual evocación del misterio pascual la Iglesia no tiene nada más santo que la celebración del nacimiento del Señor y de sus principales manifestaciones”; marcando, no sólo la importancia en sí de la celebración de los misterios de la Navidad, sino también resaltando su vinculación con la Pascua. El Verbo de Dios se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación, es decir, nace para morir y resucitar. No es de extrañar que en los antiguos calendarios litúrgicos romanos figure la siguiente expresión en el día 25 de diciembre: Nacimiento del Señor en la carne: Pascua.
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La Navidad es el final y la coronación del Adviento. El tiempo de Navidad empieza en las vísperas del 25 de diciembre y acaba con el Bautismo de Jesucristo. Es un tiempo alegre, donde los cristianos alaban al Señor que ha nacido y se utiliza el color blanco, símbolo la de alegría y gozo de la venida del Salvador. Durante este tiempo, la Iglesia celebra también la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José (domingo entre el 25 de diciembre y el 1 de enero, y si no existe, el 30 de diciembre), que es un ejemplo para las familias. El día de los Reyes Magos es la fiesta de la Epifanía, que se celebra el 6 de enero de todos los años. Es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios: Cristo es la luz de todos los pueblos. El tiempo de Navidad termina con la celebración del Bautismo de Jesús por Juan Bautista. El Bautismo del Señor se celebra el domingo después de la Epifanía.          
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La liturgia de la Navidad y de la Epifanía celebra la alabanza y la acción de gracias al Señor de la gloria que se manifiesta como salvador uniéndose a la humildad de nuestra carne, para que en un maravilloso intercambio, nosotros nos hagamos partícipes de su naturaleza divina. El tiempo de la Navidad, esta alabanza de la Iglesia por el esplendor de la gloria de la palabra encarnada, dando gracias por el comienzo del tiempo de la plenitud de la revelación. Todo en Navidad hace referencia a la manifestación del Verbo de Dios: a los pastores, a los Magos, a Simeón y Ana; en la vida de familia en Nazaret; en la sabiduría del Niño Jesús entre los doctores y su crecimiento en santidad y gracia; para concluir con los grandes signos que inauguran el ministerio público del Mesías: el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. Al mismo tiempo, expresa en el memorial de la celebración, que la revelación de Cristo se cumple en la Iglesia, prolongación de la humanidad del Verbo en la historia. Así las fiestas de los Santos Inocentes y de San Esteban, primeros mártires de Cristo, como también la fiesta y la lectura continuada de la primera carta de San Juan muestran los signos de cómo el misterio Pascual, anunciado en la Encarnación del Verbo, se realiza eficazmente, en la Iglesia.

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